
02 Jul Domingo XIV del T. O.: “Vuestros nombres están inscritos en el cielo, ¡estad alegres!”
Isaías 66: “Como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo, y en Jerusalén seréis consolados”. Es la experiencia de consolación, de ser perdonados, redimidos, quizás la más propia del creyente. Experimentar que por mucha que sea la propia debilidad y pobreza, la propia miseria y pecado, Dios abre horizontes nuevos de vida, de sentido y de plenitud. Ser creyente es vivir en este mundo esta experiencia: entre el consuelo que Dios me ha dado ya, y el que me dará en plenitud y colmará mi vida al final. ¿Me siento yo consolado? ¿He tenido experiencia de la consolación de Dios?
Gálatas 6: “Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo”. Pablo hace una reflexión certera y oportuna a los Gálatas. A pesar de todo lo que he vivido, logrado y luchado, el único motivo que es mi gloria y alegría es la cruz de Cristo que me salva. ¡Dios me libre de buscar mi gloria en otro lugar! Porque allí no está. Mi gozo y mi gloria viene de la cruz de Cristo de su entrega redentora, de su manera de amar sin medida, desbordante e incomprensible para la lógica humana. ¡Todo un Dios muriendo por el ser humano! ¡y en una cruz! San Alfonso se sorprendía así en sus escritos y se unía a este sentir de gozo que Pablo expresa. Es bueno que pensemos: ¿En qué me glorío yo? ¿De qué me enorgullezco? ¿Dónde pongo mi salvación -o dicho de otro modo- mi seguridad y confianza? ¿En la cruz? ¿En Jesús?
Jesús envía a “otros 72”, no sabemos el número exacto de discípulos de aquellos primeros tiempos. Pero dice San Lucas que les dijo: “¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a nadie por el camino”. La exhortación al dinamismo es clara, poneos en camino. No os amodorréis. No os quedéis en el sofá o tranquilos en los bancos de la Iglesia. Un discípulo es el que sigue y anuncia a Jesús por los caminos, en su vida. Por desgracia, los últimos papas desde Pablo VI, hasta León XIV se han dado cuenta de que la Iglesia se ha acomodado y muchos laicos han olvidado el compromiso necesariamente evangelizador que acompaña a su vocación bautismal. Somos “discípulos misioneros” como decía Francisco, no solo discípulos llamados a escuchar pasivamente.
Necesitamos recuperar la identidad de Iglesia evangelizadora y testigo de Jesús en el mundo. Llamada a ir por los caminos de la vida (también los digitales), presentando al que es razón y sentido de todo. “Como corderos en medio de lobos”, con astucia, sin dejarse atrapar ni devorar. Con la fuerza y la sabiduría de la Palabra que tenemos en el corazón.
Dos detalles más traslucen de las instrucciones que recoge Lucas. Se nos invita a ir de modo sencillo: sin bolsa, alforja o sandalias… que la gente no se distraiga de lo esencial, del mensaje. Que vean también que tenemos puesto nuestro foco no en “cuidarnos a nosotros mismos” sino en aquello que anunciamos. La presencia del cristiano debe ser coherente y evitar todo escándalo o excentricidad. La segunda instrucción parece rara: “no saludéis a nadie por el camino”, parece que alude a la demora. Lo que pide realmente es “no os entretengáis”, “no os paréis”, os están esperando, necesitan vuestro mensaje. Crezcamos en esta conciencia misionera, somos discípulos llamados y enviados por Jesús.
Víctor Chacón, CSsR