
23 Jul Domingo XVII del T.O.: “Del regateo divino y aprendiendo a ser familia numerosa”
Génesis 18 nos brinda este domingo una escena simpática y curiosa entre Abrahán y Dios. Hay una especie de “regateo divino” que suscita risa. Pues mientras que Abrahán se dirige a Dios con sumo respeto y reverencia, al mismo tiempo apela a su compasión y misericordia, llevándolo cada vez más al límite… ¿si hay solo 50 inocentes en la ciudad la destruirás y no perdonarás? ¿Pero y si solo hay 45? Quizás no haya más de 40 justos, ¿Qué harás Señor? Y, ¿si solo hay 30?… Que no se enfade mi Señor, ¿y si se encuentran solo diez? La respuesta de Dios es clara: En atención a esos diez no la destruiré. El relato se detiene ahí, pero la lógica del relato pediría llegar hasta el límite: ¿Y si solo hay un hombre o una mujer justos en la ciudad? Y la lógica del relato diría que Dios respondería: En atención a esa persona justa no destruiría la ciudad.
No creemos en un Dios violento ni justiciero, vengativo ni rencoroso. Sino en el Dios que es justo y proporcionado. “No nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga como merecen nuestras culpas. Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles; porque el conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro” (Sal 102). La suya es una justicia compasiva, no vengativa. Él no puede elegir no compadecerse, su nombre es “El compasivo”, su naturaleza profunda, su ADN, es la misericordia. Sabe que lo que no logra el miedo ni la violencia lo logra el amor y el perdón. Por eso Él es capaz de rehacer y reparar los corazones de sus hijos. Porque usa, como decía San Juan XXIII, “la medicina de la misericordia”.
Sabernos amados y perdonados, profundamente valorados y comprendidos, ha de empujarnos a vivir en una naturaleza nueva y redimida (y no al laxismo o la dejación, sino a la responsabilidad). Seres que han sido bendecidos y colmados. Donde hay amor y afecto en la niñez, nace un adulto sano y seguro de sí mismo, capaz de compasión. En cambio, donde ha habido sentimiento de abandono o desamor, nace un adulto inseguro de sí mismo, desconfiado y a veces agresivo, que fácilmente se siente cuestionado o atacado por los demás (y que difícilmente podrá ser compasivo o misericordioso con nadie, pues no sintió que lo fueran con él). Dios sabe psicología por eso usa la medicina del Amor y la misericordia.
El Evangelio de Lucas nos muestra a los discípulos pidiendo que les enseñen a orar. Sentían que no oraban bien, que Jesús podía darles claves nuevas. Y así fue. Llamad a Dios “Padre”, sentíos hijos suyos, habladle con confianza y cariño, con cercanía y ternura. No tengáis miedo a Dios. Eso no tendría sentido. Dios os ama profundamente, os conoce hasta lo profundo de los huesos como señala algún salmo. Os entiende y siente ternura por vosotros.
Además de Padre, decid “nuestro”, así en plural, porque eso os recuerda que tenéis hermanos y hermanas que cuidar. No sois hijos únicos. Dios os ama profundamente, pero el corazón de Dios que es infinito, tiene capacidad para amar infinitamente a infinitas personas. A toda la humanidad, a cada ser que ha existido. Es bueno que recordar esta fraternidad en la oración nos vaya empujando a salir de nuestro egoísmo, a pensar en “nosotros” y no solo en “yo” ni en “mío”.
El ejemplo de Jesús del amigo que de noche viene a pedir pan a horas intempestivas, viene a reafirmar la bondad de Dios que nos escucha y atiende siempre. Da igual el momento y la circunstancia. “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá”. ¡Confiad en Dios y amad!
Víctor Chacón, CSsR