Domingo XVIII del T.O. Aprender a ser ricos de verdad. 

«¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad! Qué saca el hombre de todo su trabajo y de los afanes con que trabaja bajo el sol?
De día dolores, penas y fatigas; de noche no descansa el corazón. También esto es vaciedad».
A veces aparece en la vida del creyente este cansancio y sinsentido. ¿Qué es lo realmente valioso por lo que merece la pena gastarse y esforzarse? ¿Hay algo aquí abajo en la tierra que dé plenitud y satisfaga, que acalle los deseos profundos del alma?
Pablo a los Colosenses les da una clave a considerar: ¡Buscad los bienes de allá arriba! En consecuencia, dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría.
Dar muerte a lo terreno que hay en mí. Aspirar a lo profundo, no a lo superficial. Conectar con el origen de todos los deseos en mí, en lo profundo de mi alma, en mi corazón (donde dice Teresa de Ávila que pasan las cosas de mucho secreto). Huir de la superficialidad, para que lo verdadero y eterno emerja. Evitar las distracciones que me hacen pasar de puntillas por la vida. No es el qué lo importante sino el cómo, tu actitud ante la vida y lo que te rodea, ante tus hermanos y hermanas. Pues Dios está en todo y en todos. Quien ande en lo superficial, muy preocupado de sí y de su bienestar y comodidad no conectará con lo profundo y valioso, con lo verdadero, Dios.
San Lucas presenta a Jesús con estas palabras, con esta enseñanza a los suyos:
«Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes». La codicia nos distrae de la vida y de lo importante. Por querer tener seguridad y comodidad puedo perderlo todo, es más, puedo perderme a mí mismo. Por eso es bueno que piense y me pregunte: ¿Soy una persona codicioso de algún modo, vivo para mí mismo? ¿Soy capaz de generosidad con quienes sufren o tienen menos oportunidades que yo? ¿Vivo con la conciencia clara de que mi vida no depende de mis bienes, como nos dice el Evangelio?
Víctor Chacón, CSsR