Domingo XVIII del TO: Morir o aprender a dar la vida como Jesús.

 

«¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos alrededor de la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos! Nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta comunidad». El pueblo de Israel está cansado de caminar… pasan hambre y sed en el desierto. Y de repente les viene nostalgia de cuando estaban en Egipto. No tenían libertad ni estaban en su tierra, pero tenían pan y carne… ¡prefieren pan a libertad! ¡Añoran su cautiverio con comida! Esto de dejarse guiar por Dios es fatigoso. ¿Será mejor volver a Egipto y a sus dioses? Aparece una tentación muy humana, la comodonería. Prefieren vivir instalados a ser libres. Vivir tranquilos a tener una existencia dura, aunque ésta les aporte libertad y dignidad.

Jesús reprocha a la gente que le seguía en su tiempo algo parecido: “Me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna”. Jesús descubre la falsedad y la actitud interesada de la gente. No habéis sido capaces de ver la mano de Dios en el signo de la multiplicación de los panes. No miráis más a Dios ni le tenéis más en cuenta en vuestra vida, ni buscáis su Palabra o hacer su voluntad, me seguís para seguir comiendo pan, me seguís por vuestro interés. ¡Haznos de nuevo el milagro del pan! Jesús sentía probablemente decepción y rabia a partes iguales. No buscan a Dios, no buscan lo verdadero… sino saciar su hambre, pasarlo bien hoy. Es la “mirada corta” y mezquina lo que le da rabia. Creer es mirar más lejos y más alto, aprender a ver la vida humana en clave de eternidad, vivir reconociendo el valor infinito y divino de la existencia humana. Y actuando así, poniendo la vida solo en cosas valiosas y verdaderas que contribuyan a respetar y cuidar el valor de lo humano.

«Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás». Acercarse a Jesús como Pan de vida es saber el valor de lo auténtico. Reconocer que nuestra vida no depende de nuestros bienes y comodidades, que hay mucho más por saciar y llenar en nosotros: espíritu, horizonte, inquietudes, conciencia, entrega de la vida…

“Que te comamos para ser como Tú”, decía San Agustín. Y razón no le faltaba. Comulgamos para ser como Cristo, para que su estilo, su manera de ser, de amar, de estar y cuidar, vaya calando en nosotros. A base de digerir el pan y rumiar la Palabra esto va ocurriendo. El Maestro de San Agustín, San Ambrosio de Milán, le enseñó que la Eucaristía es también medicina que sana a los pecadores, que los robustece en su debilidad. Y así lo cree la Iglesia. Esta medicina nos sana, remedia nuestros males, nos une al Redentor, nos trae su bendición y fuerza, su gracia. Comulgar es mucho más de lo que parece.

Víctor Chacón, CSsR