
11 Sep Domingo XXIV del T.O. Fiesta de la Santa Cruz: EL QUE SE HUMILLA, NOS ELEVA.
Números: “El pueblo estaba extenuado del camino, y habló contra Dios y contra Moisés: ¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos ni pan ni agua, y nos da náusea ese pan sin cuerpo»”. El pueblo de Dios empieza a querer atajos, caminos rápidos y fáciles. Esto es síntoma de una debilidad de la fe, empiezan a dudar de Dios y de su bondad. Empiezan a cuestionar al enviado de Dios (Moisés) y a quererse liderar ellos mismos al margen de Dios. El día de la Natividad de la Virgen la primera lectura de San Pablo nos decía: “Todo ocurre para el bien de aquellos que aman a Dios”. Me parece muy real y auténtico, si vivo en el amor de Dios y en la plena confianza de que estoy en sus manos, no me desespero. Sé esperar, sé confiar, sé que mi vida no está en mis manos. Vivo en la Providencia y no “en mis ocurrencias”, en mis antojos y caprichos. Si amo a Dios, me fío de Él y busco su voluntad, su plan. El pueblo de Israel por el desierto se enfada y maldice, se queja y protesta, porque no buscan el plan de Dios sino el suyo: quieren éxito sin proceso, quieren llegar a la meta sin hacer el camino. Me parece oportuno que nos preguntemos esto: ¿Vivo yo muy instalado en la queja, en los lamentos por todo? ¿Tengo una mirada serena y agradecida, busco y espero en el plan de Dios para mí? Vivir en la gratitud es lo opuesto a vivir en la exigencia y la queja, como creyentes tenemos la tarea de aprender a agradecer todo.
Filipenses: “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos”. La dinámica y la fuerza que nos salva es ésta que Pablo describe en Filipenses: la Kénosis, el abajamiento o vaciamiento. Es el movimiento del amor que no nos aísla en nosotros mismos sino que nos empuja a salir de nosotros mismos y de nuestra comodidad, y mezclarnos y entregarnos a los demás y a Dios. La kénosis supone relación con otros y entrega (no vivir para mí mismo). Cuanto más me vacío (de mí, de mi orgullo, de mis cosas), más me llena Dios de Él, de su gracia, de su luz. Y al revés también funciona: cuanto más me preocupo de mí mismo, de mi comodidad, de mi ego y mis planes (al margen de Dios), más vacío me siento, más sentido y luz me falta. ¿Vivo en una dinámica de vida de relación con otros y entrega de mí mismo? ¿O vivo principalmente para mí mismo, para mi éxito y bienestar?
San Juan, es sin duda el apóstol que se acostó sobre el pecho de Cristo, sobre su corazón y sabe bien esto: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. Dios entregó a su Hijo en rescate por todos, porque no deseaba que se perdiera nadie. Quería que comprobásemos el amor que nos tiene, inmenso amor e ilimitado. Quiere que tengamos vida eterna, su plan solo es de salvación. Él no planea la muerte ni la destrucción de nadie ni de nada (eso son planes humanos, nacidos de corazones escleróticos que no saben amar y que solo ven enemigos en todas partes). El plan de Dios es la salvación (del latín salvus: sano, fuerte, sólido, estable, seguro…). Dios viene a darle solidez y fortaleza a tu vida y a la mía. A sacarte de tener un espíritu egoísta, raquítico y un ego hinchado que no te deje amar ni servir a nadie. ¡Déjate salvar por él, por su cruz!
Víctor Chacón, CSsR