11 Sep Domingo XXIV del T.O.: Marketing, fe e instrucción de los discípulos
Por el camino, preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Por el camino, ¡cuántas cosas buenas ocurren mientras caminamos! Caminar juntos, dar un paseo, es ocasión propicia para hablar tranquilamente, compartir, expresar sentimientos e ideas. Caminar es sanador para el cuerpo y también para la mente. Es un buen propósito para el nuevo curso: caminar más. Y si quieres hacerlo completo: caminar con otros (familia, amigos, pareja…). Jesús aprovecha también el camino con sus discípulos para tres cosas: revisar el marketing, preguntarles por su fe e instruirles sobre el verdadero discipulado.
Hay un momento de “marketing” simpático. Él les pregunta para comenzar la conversación: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Preguntar esto es indagar de alguna forma por la opinión externa… hacer una especie de “estudio de mercado” como se dice en términos de marketing, una indagación. Es preguntarse: ¿con quién nos comparan? ¿Cómo identifican fuera a Jesús, y por tanto, a sus seguidores? ¿Qué dicen los de fuera de nosotros? La opinión externa cuenta mucho cuando uno trata de vender un producto y ser fiable y atractivo.
Cuando se trata de fe, de convicciones personales, está claro que lo que más cuenta es la opinión personal del discípulo, saber si se siente atraído, llamado y convocado por el ejemplo de su maestro. Por eso, es natural que la siguiente pregunta fuera: y, vosotros, ¿quién decís que soy yo? Esto es lo realmente importante para Jesús. ¿Cómo sientes y experimentas a Jesús? ¿Cuál es tu opinión de él? Pedro como siempre se adelanta a los demás y dice (valiente e imprudente a partes iguales): “Tú eres el Mesías”. El Mesías, el ungido, el enviado de Dios Padre para salvarnos. Seguro que se creó silencio después de esta tremenda declaración de fe que hacía aquel momento muy especial.
Jesús aprovechó para seguir instruyendo a los discípulos con esta nueva revelación: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días». Jesús les explica que el camino de ser Mesías va unido a tres cosas: RECHAZO, SUFRIMIENTO Y MUERTE. La profecía del Siervo sufriente de Yahvé de Isaías ya lo había dicho siglos antes: “Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos. El Señor me ayudaba, por eso no sentía los ultrajes”. Ser justo y auténtico trae rechazo y persecuciones, supone cuestionar a los demás y ser un invitado incómodo. Esto era Jesús.
A Pedro no le gustó aquel plan para Jesús, y se atrevió a decírselo. Y se llevó la reprimenda de su vida… ¡Ay Pedrito! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios! ¡Tú buscas éxito, comodidades, gloria, confort! Pero ése no es el camino del Mesías. Ese camino no redime. No lleva a Dios.
“Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará”. El camino del amor pasa por la cruz. Porque la cruz es la expresión de la entrega, la abnegación y el no buscar salvarse a sí mismo, sino entregar la vida por los otros. La cruz es la expresión definitiva y concreta y extrema que prueba el amor de Jesucristo por nosotros. Él no evita la cruz ni se baja de ella. Vivió asumiendo cruces, cargando cruces y ayudando a tanta gente a llevar las suyas (pobres, enfermos, pecadores…). Ser cristiano es este aprendizaje de intentar no amarme solo a mí mismo, no buscar solo lo mío (mi éxito, mis cosas, mis gustos…). Es aprender a perder la vida por los demás, a gastar la vida dando luz como las velas. ¡Haz que tu vida cuente, hermano! Piensa clarito y concreto: ¿A quién estoy entregando yo mi vida? ¿O vivo solo para mí? Ojalá no viva solo para mí y aprenda, como dice Santiago en su carta que “una fe sin obras está muerta”. Y Jesús, ha venido a darnos una vida viva, con la alegría y la sonrisa de tener una vida rota y totalmente vaciada de nosotros mismos.
Víctor Chacón, CSsR