
14 Oct Domingo XXIX del T.O.: El diálogo que nos salva, poner la Palabra en la vida.
Lucas recoge en este pasaje la “historia del juez egoísta”. Literalmente nos dice: Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. Si no miraba ni hacia arriba (a Dios), ni a los lados (personas), era porque miraba a su ombligo (sí mismo). Por cierto, sutilmente Lucas nos dice que no era creyente. Porque si no temía a Dios ni le importaban los hombres, acaba de desarmar los dos principales mandamientos resumen de toda la ley: Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Ya nos da tres datos precisos Lucas: es juez, es egoísta y no es creyente.
Ante la viuda que le presiona, el juez argumenta así: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”. Básicamente la atiende para quitársela de encima, no por caridad ni por compasión. No porque le importe la viuda o su sufrimiento. Quiere no verla más y vivir tranquilo. Aunque obra bien escuchándola, sus motivaciones son mezquinas. Este evangelio nos invita a revisar las motivaciones profundas de nuestras actuaciones. ¿Obramos desde la compasión, desde la cercanía a los demás? ¿Buscamos solo nuestra comodidad y bienestar, evitamos complicarnos la vida con los problemas de otros?
Jesús les dice: “pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”. Jesús usa el ejemplo del juez injusto para hablar de la Justicia de Dios. ¿Dios va a darnos largas o a evitar nuestro sufrimiento? No, ¡imposible! Él nos escucha y atiende sin tardar, Él se ocupa de nosotros como si no hubiera nadie más. Con verdadera pasión.
El salmo 120 nos recuerda esto. Dios es nuestro guardián, Él vela por nosotros: “El Señor te guarda a su sombra, está a tu derecha; de día el sol no te hará daño, ni la luna de noche. El Señor te guarda de todo mal, él guarda tu alma; el Señor guarda tus entradas y salidas, ahora y por siempre”. Es bueno que nos recordemos: Dios vela por mí, Él cuida de mí como de las niñas de sus ojos. Ni me olvida ni me desampara. Pero tengo que aprender a tener una relación de amor y confianza con Él, un diálogo frecuente, sano y maduro. ¿Cómo?
Dice Pablo a Timoteo: “Permanece en lo que aprendiste y creíste, consciente de quiénes lo aprendiste, y que desde niño conoces las Sagradas Escrituras: ellas pueden darte la sabiduría que conduce a la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús”. La oración madura y profunda en la vida cristiana viene por la escucha y el diálogo con las Sagradas Escrituras, con la Palabra de Dios. Si no escuchamos la Palabra y la leemos, convertimos nuestra oración en un monólogo. Eliminamos la tan necesaria escucha. La escucha y el silencio son importantes en la oración. Sin estas no puede hacer diálogo con Dios, y por tanto, no fomentamos el encuentro espiritual sanador con Él. Ojalá en nuestras parroquias y comunidades haya protagonismo de la Palabra de Dios, escucha y meditación con ella. La Palabra es el cincel con el que Dios nos hace santos, nos empapa de su Espíritu. Recemos más con la Palabra, nos hará bien.
Víctor Chacón, CSsR