Domingo XXIX T.O., DOMUND: ¡BEBER EL CÁLIZ Y SERVIR! Entre vosotros es de otro modo.

Los discípulos no terminan de entender a Jesús ni su Reino, ni la gloria que él predica. Fruto de ello es la petición que les hacen estos dos: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda». Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís, ¿podéis beber el cáliz que yo he de beber, o bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?».

No sabéis lo que pedís, pedís pensando en una gloria humana, pedís con ambición y deseando dominar a vuestros hermanos y tener una posición de privilegio y superioridad. No os enteráis que mi gloria va unida a mi sacrificio. El bautismo y el cáliz que yo he de beber son la entrega total de mi vida, el anonadamiento total, aceptar el sacrificio de mi vida que pacifique a los que no creen, ni entienden ni aman. Más tarde Jesús lo explicará aún más.

“No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos”. La “grandeza” entre los seguidores de Jesús está en otras cosas, porque los discípulos tienen otro orden de vida, otros valores y otras prioridades. Somos diferentes al resto de la sociedad, ¿o no tanto? Este evangelio nos lo plantea a las claras. “No será así entre vosotros”. Entre vosotros mandan otros valores, otras inercias, otras dinámicas… no manda el dinero, ni el poder ni la apariencia física… sois todos hermanos.

Servidor de todos y esclavo de todos como Jesús. Que en la última cena no quiso presidir solemnemente desde el extremo de la mesa… sino que se agacha, se remanga y les lava los pies (mojándose y ensuciándose), sirviendo. La vida cristiana solo es auténtica si en algún momento es capaz de hacer esto por el prójimo: agacharse, remangarse, mancharse y mojarse, ¡servir! ¡amar! ¡cuidar! Esto es lo propio de quienes seguimos a Jesús. Los que hacen otra cosa… se quedan en la distancia y dicen: “rezaré por ti” o “Dios te guarde”… no han entendido el mensaje. Como decía nuestro querido Padre Hortelano: ¡Complíquense la vida! ¡complíquense! No queremos cristianos facilones, timoratos, apocados… sino gente valiente, capaz de arriesgar y apostar por el hermano, por la fraternidad, por crear esa sociedad distinta donde sean real las palabras de Jesús: “no será así entre vosotros”, porque vosotros “amaréis de corazón, con palabras y obras, con las manos y los pies, a tiempo y a destiempo… sois mis misioneros, mis enviados, mis testigos.

Como dice Hebreos: “No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades”. Lo más auténtico y singular del sacerdocio de Jesús es esto, la compasión. Él vivió compadeciéndose e hizo de esta actitud su bandera, su sentimiento más común. “Veía a las gentes y se compadecía de ellas porque andaban como ovejas sin pastor”. En otros lugares más la Palabra asocia la mirada de Jesús a alguien y la compasión. Así era. Jesús veía a las personas, conocía sus situaciones y sufrimientos y empatizaba rápidamente con ellas. Nos queda como tarea misionera en la Iglesia y a cada creyente crecer en compasión, crecer en empatía… en capacidad de remangarse y mancharse la vida. ¡Complíquense un poco la vida, por favor!

Víctor Chacón, CSsR