19 Sep Domingo XXV del tiempo ordinario: Aprender a ser últimos y servidores felices
La carta de Santiago sigue siendo una fuente de reflexión y de mejora para la vida de los creyentes: “Donde hay envidia y rivalidad, hay turbulencias y todo tipo de malas acciones. En cambio, la sabiduría que viene de lo alto es intachable, y además es apacible, comprensiva, conciliadora, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial y sincera”.
Es bueno revisar mis actitudes ante los demás y ante la vida. Porque hay personas que lo tienen todo para ser felices, no carecen de nada… Pero les falla la actitud. Todo lo ven gris o nada “suficientemente bueno” y viven en una permanente insatisfacción con el mundo que les rodea y consigo mismos. Teniéndolo todo son profundamente infelices y desgraciados. Hay gente que es experta en autoboicot, no necesitan enemigos, ya ellos solitos van a dañarse o a empañar su trabajo y su propósito. Es triste ver esto. La envidia y la rivalidad son también malas consejeras, porque como dice un refrán “siempre va a parecer más verde el césped del vecino”. Mejor cultivar la sabiduría que viene de Dios, que nos regala la fe: “apacible, comprensiva, conciliadora, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial y sincera”.
San Juan XXIII decía: “Este es el mejor modo de vivir: confiar en el Señor, conservar la paz del corazón, tomar todo por el lado bueno, tener paciencia, hacer siempre el bien a todos, nunca el mal”. El problema no es tener malos sentimientos (tristeza, ira, decepción, cansancio…ya que esto es difícil o imposible de controlar). El problema es consentirlos y alimentarlos, incluso vivir instalados en ellos.
La actitud del creyente ha de ser optimista y vitalista por una sencilla razón, no se apoya en sí mismo: “Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida” (Sal 53). Mi vida no depende de mis manos ni de mis esfuerzos, es Dios quien me salva y me da plenitud. Si vivo conectado a Él y alimentando esa comunión, viviré profundamente sereno y feliz en sus manos. No quiere decir que no vengan dificultades y turbulencias, pero las viviré en sus manos, sostenido por Él. Teilhard de Chardin tenía una reflexión estupenda sobre esto: Dios tiene dos manos, con una nos sostiene y con otra nos acaricia. Una señora le respondió: “Padre Teilhard, yo no siento la mano de Dios que me acaricia”… y él respondió: “Entonces es que te está sosteniendo con las dos manos, lo necesitarás”.
Jesús de nuevo instruye y prepara a sus discípulos para lo que viene… Les anuncia nuevamente su pasión y muerte, pero también la resurrección y Vida que vendrá después. Y ellos, nuevamente distraídos, con sus cosas. «¿De qué discutíais por el camino?». Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Entre los discípulos estaba esta preocupación por el mando, por el poder, por los cargos y el lugar que ocupa cada uno… en una sociedad patriarcal y estamental esto es el caldo natural, tampoco hay que rasgarse las vestiduras por ello. ¿Me pregunto cuáles son mis preocupaciones y distracciones que no me dejan aprender lo que Jesús me quiere enseñar? ¿Hay algo que no sea una distracción sana y que me quite demasiado tiempo y demasiada paz?
«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». ¡Cuánto nos queda por aprender, Maestro! Que no se trata de cargos ni rangos ni méritos. Que camina derecho al Reino el que más ama, más sirve, más se mancha con las heridas ajenas y más se remanga y se agacha. San Alfonso escribía una cancioncilla que decía “Il tuo gusto e non il mio, voglio fare Gesú mío”. (Tu gusto y no el mío, quiero hacer Jesús mío). ¿Aprenderemos a posponernos y a priorizar a Dios y a los hermanos? Esto es el servicio, esto nos pide el amor y la entrega a la que Jesús nos llama. La oración es verdadera si nos hace disponibles al servicio, a la acogida de los pequeños, a la escucha de Dios y su Palabra.
Víctor Chacón, CSsR