Domingo XXVI del T.O.: “Entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso”, el abismo de la Compasión.

 

El profeta Amós sigue advirtiendo al pueblo con contundencia de algunos peligros: “¡Ay de aquellos que se sienten seguros en Sión, confiados en la montaña de Samaría! Se acuestan en lechos de marfil, se arrellanan en sus divanes, comen corderos del rebaño; tartamudean como insensatos e inventan como David instrumentos musicales; beben el vino en elegantes copas, se ungen con el mejor de los aceites pero no se conmueven para nada por la ruina de la casa de José”.

Amós denuncia varias cosas a la vez en algunos del pueblo: “se sienten seguros” (en su riqueza), no ponen su seguridad en Dios sino en sí mismos. “Se sienten confiados en la montaña”, es decir, están elevados sobre el resto, los miran desde arriba. Viven rodeados de lujos y comodidades, presos del confort y de su bienestar. El profeta describe una existencia frívola y superficial en aquel tiempo, para denunciar esto: son sensibles para lo que quieren, “beben el vino en elegantes copas, se ungen con el mejor de los aceites pero no se conmueven para nada por la ruina de la casa de José”. Su gran pecado es esta insensibilidad para algunas cosas, esta falta de conmoción. Están anestesiados ante el sufrimiento ajeno.

La conmoción es, literalmente, “el movimiento o perturbación violenta del ánimo o del cuerpo”. Es lo opuesto a la serenidad, la tranquilidad, el confort y el bienestar. El profeta está denunciando una insensibilidad de algunos creyentes: ¡no se mueve nada en vosotros ante el dolor ajeno, ante la desgracia ajena! ¡sois insensibles! Es bueno que me pregunte sobre mi vida, ¿cómo soy yo ante el dolor ajeno, ante la desgracia ajena? ¿Cómo puedo tener yo una vida más compasiva? ¿Qué puedo hacer para reducir mi indiferencia y mi superficialidad?

La parábola de Lucas. “Un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían y le lamían las llagas”.

El rico no saludaba a Lázaro ni le echaba cuentas antes, cuando estaba en su portal. Después, una vez muerto, sí quiere su ayuda y que visite a sus familiares y les avise. Antes, solo los perros se compadecían de Lázaro.

Me parece importante que como cristianos crezcamos en una compasión/sensibilidad inteligente, madura y crítica. Situarse ante el pobre o el que sufre en plano de igualdad: no soy más que tú, menos tampoco. Soy humano como tú. No voy a ser tu salvador ni el de nadie. Te voy a ayudar en la medida que pueda, escucharte y decirte lo que sé, ya es ayudar. Dar dinero no siempre es ayudar. Pocas veces lo es. Sobre todo si no conozco a la persona y su proceso. Ayudar a instituciones fiables (de iglesia o no) puede ser una buena opción. Conocer los recursos que hay en mi ciudad, dónde están y lo que ofrecen, también es muy necesario.

Abrahán, desde el cielo, le dice al rico Epulón algo muy interesante: “entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”. Ese abismo inmenso que separa a los del cielo (lado divino) de los del infierno, me parece claro que es la compasión. En el infierno no hay compasión, no hay capacidad de ayuda o de compartir el sufrimiento del otro, por eso se sufre más. Porque cada quién sufre y sufre solo. En cambio, en el cielo hay mucho cireneo suelto. Y cualquier contrariedad se sobrelleva fácil.

Víctor Chacón, CSsR