02 Oct Domingo XXVII del T.O.: Una fraternidad que tiene consecuencias y vence esclerosis.
Génesis nos deja a través de esta narración mitológica -que no cronológica- varias perlas a retener: 1. “No es bueno que el hombre esté solo”. La soledad no es buena. Los seres humanos somos seres relacionales y gregarios, necesitamos a alguien más aunque solo sea para ignorarlo o pelearnos con él… Solos, terminamos pensando cosas raras o hablando con una pelota como Tom Hanks en una de sus famosas y accidentadas películas. 2. “Adán puso nombre a todos los ganados, a los pájaros del cielo y a las bestias del campo; pero no encontró ninguno como él, que le ayudase”. El hombre se entretenía con los animales… pero no era igual la cosa, le faltaba algo. El hebreo bíblico usa el término “kenegdó” que significa algo así como “insatisfacción” o “vacío”. Claro que no es necesario entender el tener o buscar pareja como “rellenar vacíos”, esto tiene sus peligros. Obligar al otro a ser “tu media naranja”. Lo que ocurre con frecuencia es que el otro no encaja exactamente en todo como yo necesito… y la verdad sea dicha, no tiene porqué hacerlo. Lo sano es que en la pareja cada uno se valga por sí mismo y no entremos en situaciones de dependencia afectiva o amores platónicos en los que no sé ser ni puedo si no está el otro. Porque estas relaciones tóxicas tienen mal devenir y peor final. 3. Adán dijo: «¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será “mujer», porque ha salido del varón». De la misma carne y del mismo hueso… esto es: igual en dignidad e importancia. “Por fin tengo “un igual” a quien amar”… esto le dice Adán a Dios.
Hebreos: “El santificador y los santificados proceden todos del mismo (Dios). Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos”. La carta a los Hebreos tiene esta declaración de la dignidad del ser humano procedente de Dios y redimido por la sangre de Cristo, Hijo único de Dios. Y habla de la fraternidad que tenemos con Cristo la raza humana. Una fraternidad que tiene consecuencias. Pues el resto de humanos no son solo: pobres o ricos, israelíes o palestinos, rusos o ucranianos, de un partido o de otro, negros, chinos o magrebíes… son hermanos, son “santificados” y proceden del mismo Dios. Por eso un cristiano ha de tentarse mucho la ropa antes de alimentar odios o insultos o enfrentamientos de manera genérica… que olviden la dignidad, el valor, la sacralidad de la vida humana que comparten esos otros seres a los que la fe nos invita a sentir como “hermanos”. Por eso, el tema de las migraciones, tan de actualidad tristemente necesita ser afrontado y pensado con calma y tratando de dar respuesta a las situaciones de fragilidad y de indignidad de las que millones de seres humanos huyen en sus países.
Los fariseos preguntaban a Jesús para ponerlo a prueba: «¿Le es lícito al hombre repudiar a su mujer?». “Por la dureza de vuestro corazón dejó escrito Moisés este precepto”. Detrás de esa dureza de corazón está el término griego “esclerocardía”, que expresa la insensibilidad y el endurecimiento del corazón. Esclerosis es esto: “Endurecimiento patológico de un órgano o tejido”. Vuestro corazón ha dejado de ser sensible, compasivo, blando… tenéis una rigidez que os imposibilita para amar. Queréis dominar, imponeros, tiranizar al otro… en lugar de ablandaros, ser capaces de pedir perdón y aceptar la fragilidad que hay en ti al igual que en tu pareja. ¿Cuánta rigidez y dureza (esclerosis) hay en mi corazón? ¿Amo a las personas tal y como son o pretendo cambiarlas y hacerlas a mi gusto?
El desafío cristiano es sin duda hoy más que nunca vivir esta lucha por la fidelidad. Amar sensible y tiernamente al otro. Aprender a envejecer juntos, con humor y con amor, con misericordia. Y cuando falten las fuerzas o la paciencia, cogernos de la mano de Dios y apretar, para seguir amando un poco más con su ayuda.
Víctor Chacón, CSsR