Domingo XXXI del Tiempo Ordinario: El Amor, una norma que guía y ensalza la vida

«Teme al Señor, tu Dios, tú, tus hijos y nietos, y observa todos sus mandatos y preceptos, que yo te mando, todos los días de tu vida, a fin de que se prolonguen tus días. (…) Estas palabras que yo te mando hoy estarán en tu corazón».

Conviene recordar que el “teme al Señor” del Deuteronomio no es “tenle miedo” sino una invitación al respeto y a la reverencia, a tener a Dios como consejero, tenerle como guía de vida a Él y a sus palabras, a su Palabra. Por eso esa petición tan insistente del texto al creyente de: Escucha, sé fiel a lo que te mando, guíate por la norma de vida que te doy… La promesa del cumplimiento de estar cercano a Dios es la bendición: se alargarán tus días (longevidad) y “te multiplicarás” (fecundidad).

En cambio, los frutos de una vida sin amor a Dios y al prójimo los conocemos: corrupción política y económica, abusos de todo tipo (de poder, sexual, etc)., infidelidades, odios, rivalidades, competitividad fratricida, y un considerable y preocupante aumento de las ETS (Enfermedades de transmisión sexual) en nuestro país… “por sus frutos los conoceréis” nos dice el Evangelio. Tanta “relación abierta” y “poliamor” bien puede acabar en “contagio abierto” y “polienfermedad”. Ojo a esto que no es baladí.

Un escriba preguntó a Jesús: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?». Y respondió Jesús:
«El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos».

Me parece importante y necesario que prioricemos lo importante, que aprendamos a distinguir lo urgente y esencial de lo que no lo es tanto. Y que cuidemos estos tres amores, porque son tres y no dos, los que nos pide la Ley de Dios. Amarás a Dios, al prójimo y a ti mismo. Son tres. Y dice el Evangelio que “no hay mandamiento mayor que estos”. Es decir, que estos son los mayores, los más importantes.

¿Cómo está mi amor a Dios? ¿Le escucho? ¿Me esfuerzo por hacerle un hueco a Dios, al encuentro y al diálogo con Él en mi día a día? De las largas 24 horas de cada día (1.440 minutos), ¿saco 5 ó 10 minutos para pensar en Dios, hablarle y escucharle, o solo para hacer silencio? El primer mandamiento no es solo amarás a Dios (y ya empezamos a pensar en cosas que hacer y ejercicios espirituales y piadosos estupendos…). El primer mandamiento es ESCUCHA Israel, ¡Escucha! Párate y escucha. Detén tu camino, serénate y escucha al Dios que está en ti y que quiere comunicarse contigo. Porque a Dios no le gusta gritar, Él es más de susurros y de brisa suave, como dice la Escritura.

¿Cómo está mi amor al prójimo? ¿Soy acogedor, compasivo, ayudo a los que tengo cerca? ¿Tengo tiempo para los demás, para escuchar, para simplemente estar con ellos y no en mis planes y proyectos? ¿Soy solidario con mis bienes y con mi tiempo o solo es para mí? Las generaciones más jóvenes tienen aquí su talón de Aquiles. Cuesta el amor al prójimo. Cuesta el tener paciencia y pensar en los demás y no solo en “mis cosas”. Y la Palabra de Dios me pide que lo haga, que salga de mí, de mi encierro y mi zona de confort, y me preocupe del mundo que es más grande que mi ombligo.

¿Cómo está mi amor por mí mismo, mi autoestima? ¿Me cuido? ¿Me trato bien? ¿Las palabras que me dirijo a mí mismo son de aprecio y respeto? ¿O me enseñaron a despreciarme, a solo ver mis defectos y me quedé anclado ahí? Las generaciones mayores tenéis tarea pendiente en este amor. Os enseñaron a servir, a sacrificaros y ayudar a los demás… pero no a quereros ni a trataros bien a vosotros mismos. Todavía estáis a tiempo. Y no os sintáis culpables por ello, os lo manda Dios. Ojo que, cuidarse y quererse a uno mismo no es darse todos los caprichos o vivir esclavo de mis deseos. No es empezar una dieta de torreznos, croquetas y vino fino… Es cuidar también la propia salud con la alimentación, el deporte y la vida sana. Aunque sin obsesionarnos tampoco con el tofu, las verduras y correr maratones. En el término medio está la virtud. ¡Equilibrio hermanos! La Palabra nos llama al equilibrio. Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como te amas a ti mismo. Tres amores en equilibrio.

Víctor Chacón, CSsR