EL ERMITAÑO DE SAN SEBASTIAN

Hoy presento a nuestros queridos lectores de icono, una historia extraña y reciente, que parece enmarcada en la época medieval. Es la historia de un ermitaño, que lo es pero no lo parece. El ermitaño se llama José y vive en la ermita de san Sebastián, que está en Órgiva, que es, según algunos, la capital de Las Alpujarras granadinas. Hace tres años que pisé por primera vez las calles de este pueblo, de moros y cristianos. El pueblo me cautivó por su belleza, aunque mucho más la gente que vive aquí: gente acogedora, amable y agradecida.

El primer ermitaño que vivió en esta ermita, se llamaba Manuel. Ya escribí, en estas páginas, que pasó muchos años en la Sierra Nevada buscando el sentido de su vida, que vivió muy perdido, y que por fin fue ordenado sacerdote en la diócesis de Granada. Pero su condición de ermitaño y de peregrino, finalizó el mismo día que entregó su alma da Dios.

Hablé mucho con él, durante la misión y comprobé, que su austeridad no le impedía ser alegre y amable. Pero la verdad es que tanta austeridad me asustó y se enfrió mi deseo de santidad. Don Manuel, el primer ermitaño, que además de ser sacerdote y santo. Vivía en una casucha adosada a la ermita y dormía en el campanario. No sé cómo, pero consiguió subir dos bancos al campanario, extendió un colchón encima de los bancos y allí dormía. Esa era su cama. Al ver mi desconcierto, me dijo una frase aplicada a san Francisco: “necesito poco para vivir y lo poco que necesito, lo necesito poco”. Lo de dormir en el campanario, sería por estar más cerca del cielo, digo yo…

Y el ermitaño actual, como dije antes, se llama José. José siempre se muestra cercano, sonríe, escucha mucho y habla lo suficiente.  Es el joven que ven en la foto. Me resulta extraño y me admira al mismo tiempo este personaje. Le invito a un café y le pido que me cuente su proceso vocacional. Él habla y yo escribo:

  • Pues es la cosa es muy sencilla: estoy buscando el sentido de mi vida y ver cómo puedo ayudar a la gente y servir a la Iglesia
  • Cuenta, cuenta…
  • Soy maestro y he ejercido como tal desde hace casi 20 años, que saqué mi plaza. Yo era una persona sin horizontes y vivía un cristianismo un tanto apagado y mortecino. Pero siempre he estado en búsqueda.
  • Pues no entiendo eso de estar aburguesado y en búsqueda a la vez…
  • Pues sí. De joven estuve colaborando en una parroquia que tienen los carmelitas en Granada. También trabajé con los franciscanos, con el empeño de lograr unas eucaristías vivas para jóvenes y mayores. También conocí a los redentoristas de Granada. Todos me aportaron mucho pero…
  • Pero…
  • Pero gracias a un amigo conocí y me impliqué en la Comunidad del Cordero, inspirada en el carisma de los franciscanos y los dominicos. Esta comunidad, de origen francés, se dedica a la oración y a la evangelización. También he hecho otras experiencias, más austeras y eremíticas en las montañas de Valencia y en la sierra de Barcelona, pero…
  • Otro pero…
  • Es cierto, demasiados peros. Pero no es fácil tomar una decisión para toda la vida. Yo he hecho votos temporales, pero no me es suficiente; yo necesito compañeros de camino. Me he dado cuenta que no puedo ir por libre, que es mejor caminar en comunidad. La pandemia, para mí, lejos de asustarme y anularme, ha sido un revulsivo. Conocí a don Manuel Vílchez, en la Sierra Nevada y cuando él murió, pasé a vivir en la ermita de san Sebastián, desde hace año y medio. Es como una maravillosa herencia, que valoro mucho. Colaboro todo lo que puedo con los sacerdotes de la parroquia de varias formas. Yo quiero servir al pueblo de Dios y busco el mejor medio de hacerlo.

José es una persona serena y muy equilibrada que conoce y vive la realidad; que no vive en las nubes sino que pisa tierra firme; que sabe lo que quiere. Ha puesto en marcha, en la ermita donde vive, un grupo de oración contemplativa, visita a los enfermos de la parroquia, colabora como ministro extraordinario de la eucaristía en otros pueblos de las Alpujarras; acompaña a un grupo “variopinto” de jóvenes que se preparan para la confirmación. Y otras cosas más.

  • Quiero completar y ejercer mi vocación como misionero diocesano y entregarme a los demás. Poco a poco el Señor me va abriendo los ojos, la mente y el corazón. Pero aún estoy en proceso de búsqueda y abierto a lo que el Señor me pida…
  • Y ¿de qué vives? Porque supongo que también comes, bebes y pagas tus gastos de teléfono…
  • Pues claro. Llevo un tiempo de excedencia en el magisterio. Y trato de cambiar la plaza que tengo en Granada por otra en Órgiva. Tal vez lo consiga, con la ayuda del cielo

Toma un sorbo de café, y me pregunta por las misiones. Pero es él el que me habla de los misioneros redentoristas y de la Virgen del Perpetuo Socorro:

  • Yo conozco a los redentoristas porque he asistido mucho a las eucaristías que se celebran en el santuario, en Granada. Y llevo siempre conmigo un icono de la Virgen del Perpetuo Socorro. Y también se la llevo a los enfermos cuando les doy la comunión. Se puede decir que desde niño, tengo devoción a esta Virgen.
  • ¿De verdad?
  • No te engaño. Todos los pueblos de las Alpujarras tienen un cuadro de la Virgen del Perpetuo Socorro.

Pude comprobar esa misma mañana, cómo los enfermos estiman a José y lo quieren. Y pude comprobar la inmensa alegría con la que los enfermos reciben el regalo de la comunión y rezan ante el icono del Perpetuo socorro, que José ha regalado a cada uno de ellos. La foto que tienen delante, la tomé ayer mismo y habla por sí sola.

“El mundo necesita testigos, más que maestros”, decía el papa Pablo VI. Así lo creo yo también. Y creo que José, más que maestro, es testigo del evangelio. Quiera Dios que pronto encuentre su sitio y el camino de su vocación.

Arsenio