Entregarse, servir y seguir a Jesús. Morir para dar vida. Domingo V de Cuaresma

 

“Pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que enseñarse unos a otros diciendo: «Conoced al Señor», pues todos me conocerán cuando perdone su culpa y no recuerde ya sus pecados”. La Nueva Alianza que Dios hace con su Pueblo no será como la Antigua, la que hizo con los antepasados, que quebraron y se rompió. Esa era una Alianza escrita en tablas de piedra, duras, pero frágiles. Por eso se rompió. Y a veces también una alianza fría como la piedra. Que solo llama al cumplimiento de la prescripción.

La nueva Alianza está escrita interiormente en el corazón de los creyentes. Está en ese lugar donde se bombea nuestra sangre, está profundamente unida a nuestro ser. No podemos olvidarla porque está en el lugar de la vida. Esta alianza ya no es fría sino muy cálida. Tiene toda la ternura y la compasión de Dios que ha querido latir con nosotros, a nuestro ritmo, en su Encarnación. Esta es la dinámica sana de la fe, si vivo asumiendo la propia debilidad y la de mi hermano (vivo en la dinámica de la Encarnación) y estoy dejando que Cristo me salve, me dé su luz y gracia. Si vivo tratando de lograr perfección por mí mismo, apoyado solo en mis esfuerzos y entrenamientos ascéticos y místicos (pero de espaldas a la realidad frágil y vulnerable que me rodea) fácilmente me estrellaré lejos de Dios. “Me conocerán cuando los perdone” dice Jeremías dando voz a Dios. Es en el perdón de Dios donde conocemos su corazón, su razón más profunda, su manera de ser Padre. Él nos renueva y nos une a Él por su perdón generoso, tierno y amable, siempre inmerecido, siempre desbordante… ¡es la gracia! que aparece y actúa con su soplo de aire refrescando todo, permitiéndonos respirar nuevamente. ¿Me he abierto ya al perdón de Dios en esta Cuaresma? ¿Me he dejado reconciliar por Dios? Es bueno que, si no lo hemos hecho ya, pongamos fecha.

En el Evangelio de Juan se recoge un mensaje de Jesús que tendremos que meditar mucho esta semana y toda nuestra vida: “En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará”.

Caer en tierra y morir, entregar la vida, es la invitación más exacta. Vivir no como “narcisos” -muy enamorados de sí mismos- y ésta es una tentación grande en esta “cultura de la imagen” y del autocuidado obsesivo. El Evangelio nos previene contra un amor propio insano, desmedido, que no deja espacio en el corazón a Dios ni al hermano (Y el mandato divino es “amarás a Dios y a tu prójimo como a ti mismo”). “Aborrecerse” es una palabra demasiado fuerte y creo que no lo bastante fiel a la petición del Evangelio. El sentido más original del texto es “posponerse”, si no eres capaz de posponerte, si no eres capaz de contener tus necesidades y preferencias, de “sacrificarte” un poco al menos por los demás o por Dios, morirás encerrado en tu egoísmo. Esta es la advertencia justa y oportuna.

El que es capaz de posponerse, de entregarse a otros, se guardará para la vida eterna. “El que quiera servirme, que me siga y donde esté yo, ahí estará mi servidor”. Me gusta la concatenación de verbos que hace Juan: entregarse, servir y seguir a Jesús. Este es el camino. Mirar a Jesús e imitar su dinámica de entrega, de donación de la vida. Es bueno que leamos nuestra vida humana en esta clave de fe. ¿Dónde entrego yo mi vida? ¿A quién entrego yo mi vida? ¿Mi trabajo y esfuerzo ayuda a alguien? ¿A quién? Siempre hay tiempo para recalcular la ruta, como los GPS y redirigirnos tras las huellas de Jesús Maestro en entrega de la vida y servidor de todos.

Víctor Chacón, CSsR