Fiesta de la Santísima Trinidad, Creemos en un DIOS-MISERICORDIA que nos ENVÍA

 

“Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy para que seas feliz tú y tus hijos”. Una relación de amor y fidelidad. Este es el don de Dios al ser humano. La posibilidad de vivir según una justicia mayor, los valores del Reino, la vida que nace de la fe. Y todo con un propósito humano muy anhelado: para que seas feliz tú y tus hijos. Ahora está claro que a un camino así de excelso no se puede imponer ni forzar… solo se puede recorrer desde el deseo, la búsqueda y la sensación de que ningún otro camino nos vale… ya hemos dado demasiados tumbos en otros caminos. Y lejos de Dios la vida tiene poco o ningún sentido.

El Antiguo testamento nos enseña que justicia, fidelidad y misericordia definen a Dios. Con insistencia se repite en el salmo tres veces la invocación a la misericordia de Dios: “su misericordia llena la tierra”, “Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia”, y “que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti”. Dios es ante todo un Dios compasivo, con entrañas de Padre, nos conoce por dentro, nos ama profundamente, ninguno de nuestros secretos le es desconocido…Sólo desea la plenitud de sus hijos y nos da alas para volar, pero nosotros tantas veces, fallamos en el enfoque y la manera de acercarnos a Él y seguir su Palabra.

Romanos nos ayuda a reconocernos como hijos: “Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritan «¡Abba, Padre!»”. La condición de hijos de Dios que claman al Padre necesita ser completada con la carta 1 Jn 4, 18 que dice: “En el amor no cabe el temor, antes bien, el amor expulsa el temor. Pues el temor mira al castigo, y quien teme no ha alcanzado un amor perfecto”. Él conoce nuestro corazón… y se acuerda de que somos barro. Por eso el miedo no tiene cabida ni sentido. Quien teme mira al castigo. Quien teme, duda. Se fía poco de la bondad y misericordia de Dios.

Las palabras de despedida de Jesús y envío que recoge Mateo son significativas. Está la Trinidad por medio. Y cuatro verbos: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”. Id. Haced discípulos. Bautizad. Enseñad. Ésta es la tarea que “el Jefe” nos deja. Cuando se analiza la frase en el griego original, los biblistas nos dicen que el verbo principal, el centro de gravedad del que depende todo es el “hacer discípulos” (mathetesaute). Y todo los demás (el “ir”, el “bautizar” y el “enseñar”) va a depender de nuestra capacidad de “hacer discípulos” de Jesús. Engendrar nuevos seguidores que no sean solo cristianos de cumplimiento de normas, o solo “gente espiritual” o mística. Sino gente que lleva a su vida los valores del reino. Misioneros del Evangelio. Creyentes compasivos que se hacen compañeros de camino de todos, buenos samaritanos, cireneos… ¡otros cristos! Que dirá San Agustín. “Que comamos a Cristo para ser como Cristo”.

¿Me considero yo un discípulo de Jesús y no solo un creyente católico que practica su fe? ¿Me siento enviado por Dios a mis hermanos? ¿Mi existencia es en este mundo de dolor una existencia compasiva como la de Jesús? Por aquí tenemos que crecer… que el Padre y el Espíritu ayuden y empujen para parecernos más al Hijo.

Víctor Chacón, CSsR