28 Ene Hablar con las manos (IV T.O.)
Marcos presenta un día en la vida de Jesús. Y ofrece un primer signo de Jesús después de haber llamado a sus discípulos que es este exorcismo en Cafarnaúm. Para este evangelista es muy importante remarcar la palabra profética de Jesús que hace que de aquél hombre salgan sus males. Muestra a un Dios sanador y liberador, con poder y un poder que obra en beneficio del ser humano, no en su contra.
Su evangelio presenta también pronto a sus adversarios, a aquellos de los que Jesús se separa que, por cierto, son la clase dominante de su época, escribas y fariseos. El texto subraya bien en varias ocasiones la admiración por la autoridad de Jesús, “este hablar es nuevo”, “habla con autoridad y no como los escribas”. ¿Por qué los escribas no tienen autoridad? ¿Qué hace tener autoridad? La coherencia, la integridad (entre lo que digo y lo que pienso y hago), la honestidad confieren autoridad. Los hechos de vida dan autoridad. Los escribas se limitan a enseñar y a decir palabras. Repiten la tesis tradicional del judaísmo que era que si alguien estaba enfermo (o endemoniado, poseído por algún mal espíritu) estaba pagando sus males. Se lo merecía. Una idea simplona de la justicia divina muy poco consoladora y que no deja a Dios en muy buen lugar. Pero era lo tradicional, lo sabido, “lo justo” y comúnmente admitido. Aunque no por Jesús.
Jesús va a la sinagoga a hablar, a explicar los textos sagrados, pero ocurre que se le acerca este hombre poseído por el espíritu maligno. Y Marcos no nos dice ni cual fue la lectura de la que hablaba, ni qué dijo exactamente Jesús. Más bien Jesús habla con sus manos, con sus obras: liberando, sanando, tocando a los intocables. Y desde luego, deshaciendo teorías absurdas, como la de culpar a aquel hombre de sus padecimientos. El mal sufrido no es necesariamente culpable (si no, léase atentamente el libro de Job). Jesús viene a liberar y a salvar.
El espíritu maligno se venga de Jesús y revela su secreto: “Sé quien eres: el Santo de Dios”. En Marcos tiene mucha importancia, porque este secreto que es la profunda identidad de Jesús, está llamado a revelarse solo en la Cruz, solo en la entrega total y absurda -el inocente en lugar de los culpables – de su vida. Marcos nos sacude fuertemente con este relato y parece decirnos y tú: ¿Perteneces a lo Santo o a lo impuro? ¿Vives para ti, para justificarte continuamente como los escribas? ¿O vives para los demás y para Dios como Jesús? Son preguntas poderosas e inquietantes. Que nuestros labios callen y nuestras manos respondan Señor, como las tuyas.
Víctor Chacón, CSsR