Hechos para la alabanza y el gozo. DOMINGO DE RESURRECCIÓN

 

El salmo 117 sintetiza bien aquello que celebramos: “Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”. Celebramos el DÍA NUEVO en el que Dios pone el contador “a cero”, renueva su Creación y le da el horizonte y la esperanza de la Resurrección en Cristo, nuevo Adán. No es casual la imagen de los iconos orientales que presentan al resucitado bajando al Hades (al lugar de los muertos) y rescatando -tomando fuertemente de las muñecas- a Adán y Eva, orígenes de la Humanidad. Si ellos son rescatados, todos seremos rescatados. ¿Rescatados de dónde? Del lugar de los muertos, de la oscuridad, la podredumbre, los sótanos húmedos e insalubres del pecado por donde a veces se arrastra nuestra vida. Jesucristo resucitado nos ofrece un nuevo horizonte, una nueva Luz, vivir desde el Espíritu que ¡es capaz de levantar a los muertos y hacer alabar a Dios hasta a las piedras si fuera necesario!

Un reto de construcción de mi propia vida, así lo presenta San Pablo: “Hermanos, si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra”. ¿Qué debe cambiar en mi vida si acojo la resurrección como mi horizonte? ¿A qué bienes de la tierra debo dejar de aspirar? ¿A qué bienes del cielo puedo comenzar a tender? Esto es un camino muy personal, pero muy verdadero que cada uno hemos de recorrer paso a paso. Discerniendo, amando, preguntándonos en oración por aquello que vivimos y que estamos dejando de vivir por “comodidad” o “pereza”, o por no atreverme a dar más pasos. Sigamos caminando sin pausa, pero sin prisa, sin radicalismos estériles y fanáticos. Dios nos invita a un crecimiento humano y progresivo.

La primera testigo de la resurrección es María Magdalena según Juan. Ella “fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo y les anunció”. Jesús hace el regalo de su aparición a una de las fieles, de las creyentes incluso a los pies de la Cruz, a María. María aunque le cuesta reconocer y aceptar su presencia Viva, lo reconoce y ¡se entusiasma! Y el entusiasmo la pone en camino, la mueve a anunciar a otros lo que ha visto y oído. Es importante esto. El amor cristiano no es comodón, no nos deja inactivos, pasivos, encerrados en una mesa camilla calentitos… El amor movió a María Magdalena primero al sepulcro, a embalsamar a un amigo, a su Señor, a su Rabbuni (maestro). Y el amor y la fe mueven más tarde a María a correr y anunciar que está vivo. Ella no se puede callar algo tan grande, no puede dejar de ser testigo aunque cause escándalo o rechazo por sus palabras y aunque se juegue la vida, que se la estaba jugando. El amor mueve a hablar, a compartir, a comunicar. Donde se habla poco, se comparte poco y se comunica poco seguramente no hay mucho amor. San Pablo dice (2 Cor 4, 13): “creí y por eso hablé, también nosotros creemos y por eso hablamos, convencidos de que quien resucitó al Señor Jesús, nos resucitará a nosotros con Jesús y nos llevará con vosotros a su presencia”. Creí y por eso, hablé. Luego si no hablamos… es porque no creemos. O creemos poquito. Tenemos muchas veces esta fe débil y apocada, que no se molesta en hablar o que no quiere molestar a otros… ¡pero se pierde un mensaje tan precioso, tan humano y tan lleno de esperanza! Necesitamos aprender de la Magdalena a amar más a Jesús, a que nos alegren sus alegrías, a ser capaz de comunicar lo que nos salva y llena de Luz nuestra vida. ¡Feliz Pascua hermanos!

Víctor Chacón, CSsR