25 Feb Heridos de idolatría y de narcisismo. Dom. II de Cuaresma
A veces creemos que la idolatría es algo del pasado. Nos suena antigua esa palabra. Parece que quedó en los becerros de oro y las estatuas que se hacían los antiguos israelitas y sus coetáneos. Pero no es así. El diccionario nos dice que idolatría es “el amor excesivo y vehemente que se da a algo o alguien”. Excesivo ha de entenderse como “desproporcionado”, “exagerado”, no responde a ninguna lógica o al menos no a una lógica del equilibrio, del término medio (donde dicen los clásicos que se halla la virtud). Aún a riesgo de “meter la pata” voy a dar algunos ejemplos que observo de idolatría -amor desmedido – en nuestras sociedades occidentales. Una idolatría actual bien podría ser la “idolatría tecnológica”, tener siempre lo último en tecnología y lo mejor, no vale cualquier marca ni cualquier modelo. Hay también una nueva religión de personas que viven para cuidar y mimar su coche (‘tunning’ con más o menos gusto estético) y su casa, decorarla, mejorarla, hacerla cada vez mejor. Aunque también se da la obsesión estética por el propio cuerpo (dietas adelgazantes, gimnasios, anabolizantes y tratamientos estéticos de toda índole). Hay un tercer amor que en otro tiempo no estaba al menos así, el amor a las mascotas, hecho con auténtica devoción y entrega. Se viste a los animales, se les lleva a la peluquería, tienen “chuches”, hoteles para mascotas, juegos y “entrenadores personales”. Cada cual es muy libre de amar lo que quiera y a quien quiera por supuesto, y de por sí no hay nada malo en usar y tener buena tecnología, cuidar el propio auto/casa y alegrarse profundamente y sentir amor por un animal. Hay también un “amor sano” a estas cosas. Pero podríamos decir que estos ejemplos (y otros muchos que no damos) PUEDEN llegar a ser “amor desmedido” en cuanto absorben a una persona largas horas y le quitan tiempo y esfuerzo para otros amores y cuidados: a la propia familia, amigos, a uno mismo (ejercicio físico, lectura, vida espiritual, paseos, silencio, etc.). A la larga muchas de estas “idolatrías” pueden revelar una dependencia afectiva profunda, una necesidad malsana de “recibir afecto”, de autocomplacerme a mí mismo, o dicho de otro modo: narcisismo. Por ej.: No dedico 4 horas diarias a mi coche por el amor que éste me aporta, sino porque me gusta lucirme y que me vean en él, lo que en el fondo es amor compulsivo a mi imagen. O más común: pierdo horas en las redes sociales dando likes y buscándolos.
Ahora estamos en condiciones de entender a Abrahám. Toda su vida había anhelado profundamente tener un hijo. Por fin Dios se lo concede y nace Isaac. Dios quería saber si su amor hacia su hijo era sano, o si había caído en un amor desmedido (idolatría) hacia él. Y le pide “sacrificar” a su propio hijo, entregárselo. ¡Ojo! Dios no le pide que mate a su hijo, sino que se lo ofrezca, que es muy distinto. Abrahám lo hace al estilo de los sacrificios animales y cuando levanta su mano, Dios le frena: “Ahora he comprobado que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, a tu único hijo”. ¿Qué amores desmedidos tengo yo? ¿A qué le doy demasiada importancia y demasiado tiempo? ¿Y a qué en cambio le doy poco? A Dios, por cierto ¿cuánto tiempo le dedico en un día normal?
La carta a los romanos nos ofrece la certeza de la fe, seremos salvados, porque Dios nos ama más a nosotros que Él mismo. Dios no es narcisista. “El que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará?”. Nadie nos puede condenar. No dejéis jamás que nadie os condene. Solo Dios tiene potestad para hacerlo y no ha querido hacerlo, sino entregar la vida de su Hijo Jesús por nosotros.
La Transfiguración del Señor en Marcos es tan sencilla como contundente. Pedro quiere instalarse allí, se está bien, es un lugar cómodo y bonito, y entre amigos. «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Pero Dios llama a salir de esos espacios tan cómodos y seguros y escuchar a su Hijo. Tuvieron que bajar de la montaña. Y la única manera de seguir creciendo y no enredarse en los propios amores malsanos e infecundos era ESCUCHAR a Jesús, no cerrarse a las propias ideas y planteamientos. Soltar lastre para que el corazón pueda seguir amando a más personas y acogiendo más cosas en la vida. Que no se nos quede el corazón pequeño, esta Cuaresma toca hacer inventario y vaciar el corazón de cosas innecesarias y superfluas para amar lo verdadero y eterno, al que jamás nos abandona.
Víctor Chacón, CSsR