11 Mar La fe es sencilla. Pero nos gusta complicarla. Dom. IV de Cuaresma
Si leemos con calma las lecturas de este domingo. Especialmente la carta a los Efesios y el Evangelio, uno termina con esa sensación: ¡qué maravillosa y profundamente sanadora es nuestra fe! Sólo se trata de estar atentos, acoger, escuchar y recibir aquello que Dios va poniendo en nuestra vida. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”.
Dios no tiene deseos de venganza ni destrucción, todo lo contrario. Desea salvarnos, darle plenitud, sentido y gracia a nuestra vida. No viene con azufre y fuego sino con Palabras de Vida y de perdón. ¿Qué ocurre entonces? Que tenemos una fatídica habilidad para complicarlo todo, para ponernos en el centro y para desconectarnos de nuestros sentimientos y de nuestro corazón. Los psicólogos saben bien de lo que hablo, “nos encanta”: reprimir emociones, disimular, desviar, fingir… hacernos los fuertes y mil mecanismos más que nuestra desesperada psicología inventa para sobrevivir cuando se siente acorralada. En lugar de reconocer, aceptar y asumir… nos encanta retorcerlo todo y complicarnos la existencia con mil sentimientos inútiles y estériles que nos impiden avanzar. A veces no es que sea elección deliberada, sino que aún no hemos desarrollado otros mecanismos sanos y maduros de afrontar dificultades.
¿Qué solución hay si la hay? Sigue Juan evangelista: “El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas”. La solución es ACOGER la luz de Dios. Desarrollar como creyentes la rutina sanadora de acercarnos a Dios, hacer silencio, poner ante Él nuestras vidas y tomar CON Él nuestras decisiones, cada paso importante de nuestras vidas. La fe, vivida así, desde lo cotidiano y puesta como luz, integra la existencia, unifica, consuela y sana. Efesios lo señala de modo claro:
“Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo –por pura gracia estáis salvados–, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él. Así muestra a las edades futuras la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Pues somos obra suya”.
Somos obra suya y una obra maestra, solo que a veces nos falta perspectiva, cariño propio y capacidad de vernos con un corazón sanado y no solo desde las heridas, lo imperfecto, lo que nos falta. ¡Por pura gracia estáis salvados! No seáis cristianos amargados, rencorosos, deprimidos. Dejaos consolar, sanar y redimir por El que puede Todo, por Dios. “No se debe a vosotros”, es don suyo, regalo del Padre bueno. Disfrútalo, acógelo, recíbelo. Y haz que en ti pueda dar fruto desde la siembra callada y generosa de cada día.
Víctor Chacón, CSsR