LA PUERTA SIEMPRE ABIERTA

“La puerta siempre abierta, la luz siempre encendida.
El fuego siempre a punto, la mano extendida”

 

  • Papá ya está aquí el hombre…

El hombre que acababa de llegar era el borrachín de todas las noches. Entonces salía Rogelio a darle las recomendaciones oportunas, recomendaciones que caían en el vacío. Y también le daba un manta y algo de comer: un “pescaíto” frito, tocino con pan, un bocadillo…

  • Aquí tienes. Cómete esto y tápate que refresca mucho por las noches. Pero vete pronto a tu casa que tu familia estará preocupada por ti. Y no bebas más que te hace daño…

Este era el sermón, lleno de cariño, de Rogelio al borrachín sin nombre, todas las noches. Y ésta la respuesta del borrachín:

  • Gracias Rogelio. Mis hijos no me quieren. A estas horas mi casa ya está cerrada. Sólo tu puerta sigue abierta para mí.

Y después venía el reproche de la Paki a su padre:

  • Papá este hombre bebe mucho… Es un “borrachuzo” y huele muy mal. Se orina encima y no se lava nunca…
  • Ya sé hija, pero qué le vamos a hacer… Y no le llames borrachuzo que queda muy feo, llámale sólo “borrachín”. Siempre está solo. Tiene familia, pero como si no la tuviera. Sólo sienes esos dos gatos que le acompañan y a nosotros.

A la mañana siguiente ya no estaba el “hombre”. Sólo la manta bien doblada. Tampoco había gatos. Han pasado ya 20 años desde que Rogelio me abrió esa puerta donde dormía el borrachín y me invitó a entrar en su casa. Él y su esposa Eduarda me acogieron en su hogar, sólo por ser misionero del Señor.

A Rogelio le encantaba el campo. Plantaba melones, cuidaba sus cabras, hacía queso… Y todo esto, después de salir de su trabajo en la celulosa de Motril. Además, cultivaba la huerta de las Agustinas Recoletas, de Motril. Y así veía a su hermana, que desde los 15 años que entró en clausura, desapareció de la vida familiar.

  • No nos dejaron verla viva. Sólo cuando murió la vimos en la caja… ¡Qué triste! Sin duda las monjas y los frailes amáis mucho a Dios, pero os falta “un pelín de humanidad”
  • Y en el convento ¿qué hacía?
  • Pues ya te digo: hablaba con su hermana, a la que adoraba, y cultivaba la huerta. Le ayudaba un joven que había llegado de la India, que también tenía una hermana monja. Este joven emigrante vino creyendo que en España “se hartan los perros con longaniza”, pero pronto se desengañó.

El joven quería volver a su tierra, pero no tenía dinero. Sin embargo, el corazón de nuestro Rogelio se puso a latir con fuerza y su cabeza a pensar con rapidez.

  • Claro que debes volver con tu familia. Y no te preocupes, que ya encontraremos dinero para el viaje, pero debes estar con tu familia…

Y el joven se volvió a la India dando gracias a Dios por la bondad de Rogelio. Hasta que de repente, Rogelio a su vez tuvo que llamar a una puerta, la del hospital. Allí padeció y murió, en paz, rodeado de los suyos.

  • Los últimos días, todos llorábamos, menos mi padre, que murió sonriendo y con buen humor, como siempre. Decía, para hacernos reír: “a mí no me enterréis, que no quiero que vengáis al cementerio. A mí “me metéis yesca” para estar calentito. ¡Ah! Y en la iglesia, no cabíamos de tanta gente como fue a la misa de funeral. No imaginábamos que mi padre tuviera tantos amigos…
  • Yo sé que tu padre era buen creyente y devoto de la Virgen.
  • ¡Sí, era cristianísimo! Era muy religioso y practicante. Tenía especial devoción a la Virgen del Carmen, que cuando pasaba, en procesión, por delante de nuestra puerta lanzaba al aire doce cohetes. Pero cuando iba a Granada, hacía siempre una visita a la Virgen del Perpetuo Socorro. ¡Ah! Y le encantaba leer nuestra revista Icono.
  • Paqui, tu padre era bueno y muy gracioso…
  • ¡Desde luego! Mira, comer con él era “jartarnos de reír”. A veces, en vez de sal, echaba azúcar a la tortilla de espinacas, contaba chistes y acertijos durante la comida… Claro que nos manchábamos  la ropa y la mesa quedaba hecha un asco.  Y a continuación, venía mi madre, que tenía la mano “mu larga”, y de postre, repartía galletas para todos. Pero lo pasábamos mejor que en el circo.
  • Termina…
  • Pues mira, una vez que hizo un viaje nos trajo de regalo un pijama gris. El pijama era igualito para las cinco hijas. Decía que así no nos peleábamos. Pero lo más descabellado es que todas las tallas eran XXL ¡Cabíamos las cinco en un solo pijama! Y él arreglaba nuestro enfado diciendo: “más vale que sobre, que no que falte”.
  • ¡Remata!
  • Como te digo, Rogelio, era un buen padre, eso nos decía la gente. Nos llevaba al cine, nos peinaba para ir al colegio, no hacía ruido, parecía que iba de puntillas. Pasó por la vida desapercibido. Pero lo mejor de mi padre era, que confiaba en los demás, por eso nuestra puerta siempre estaba abierta y nunca echábamos la llave.

Sin duda las puertas del cielo, se abrieron para ti Rogelio.  Sin duda saldría la Virgen a darte la bienvenida. Sin duda Jesús te acogió con estas palabras: “Ven bendito de mi padre, no te quedes a la puerta. Pasa, tú que abriste las puertas de tu casa al misionero y al borrachín también”. Y sin duda los ángeles montarían un musical para ti:

“Un nuevo sitio disponed para un amigo más.

Un poquitín que os estrechéis y se podrá acomodar…”

 

Arsenio