“No se embote vuestro corazón, estad despiertos”. Dom. I de Adviento

 

El Adviento llega un año más casi por sorpresa, sin avisar. Este año aún más sigiloso si cabe, porque se han adelantado las fiestas y los reclamos comerciales de la Navidad, ¡hay que vender! Lo necesita la economía. Lo necesitan las familias. Pero, ¿qué necesita nuestro corazón, nuestra vida? Nos puede ayudar a responder el salmo 24 que rezamos en este domingo: “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador”. A ti, Señor, levantamos nuestra alma al inicio del Adviento, para no tener una Navidad hueca, vacía, de puro consumo. Sino una presencia nueva que año tras año nos habita y se recrea en nosotros, la Tuya. Pero el salmo nos manda un aviso para navegantes: “él enseña su camino a los humildes”. No cualquiera puede seguir las veredas del Señor, se requiere humildad, conocimiento de sí y confianza-apertura al Dios bueno. Si no, viviremos siempre entre la tentación y el engaño de creer que nuestros caminos son mejores que los suyos.

El Evangelio de Lucas presenta hoy esa segunda venida de Jesús de modo contundente. Habrá signos en el cielo, temor y ansiedad en las gentes por un mundo viejo que se tambalea. Pero más que esto, me llama la atención la oportuna advertencia de Lucas: “Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día”. ¡Tened cuidado de vosotros! No viváis descuidadamente como si todo diera igual, como si vuestra vida no tuviese valor o dignidad… como si tuviérais dos hígados o dos corazones. Cuidad lo que se os confió. No viváis desde la ansiedad de lo que no tenéis y os falta… desde las prisas y metas frustrantes que os imponéis, la vida no es una carrera. Aprended a disfrutar humildemente lo que ya poseéis y ya sois, porque Dios os lo concedió. Aprended a ver el lado bueno de las cosas, a no vivir desde la queja y el lamento.

Por eso el Evangelio nos pide: “estar despiertos en todo tiempo”. ¿Cómo se hace eso? Fomentando la conciencia de que estamos habitados por Dios y somos amados. Viviendo cada día como el regalo único que es. Aprender a estar aquí y ahora, presente, con todo mi ser y dando lo mejor que pueda de mí. Y recibiendo lo que a mi alrededor pasa (sin mirar tanto al móvil o a la tele). No hay sabiduría mayor. Pablo lo dice así: “Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos”. Quizás sea un primer gran reto del Adviento, dejarnos colmar por Dios, por su amor que nos afianza, que saca lo mejor de nosotros mismos. No buscar plenitud donde no la hay: comilonas, borracheras, luces parpadeantes… Ayúdanos a iniciar un camino sincero hacia Ti en este Adviento, Señor.

Víctor Chacón, CSsR