“Perder la vida para encontrarla”, Domingo XIII del Tiempo Ordinario

“Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades”. El salmista nos devuelve a la definición de Dios que más se repite en la Escritura: Dios misericordioso y fiel… compasivo y aquel que nunca falla ni se aleja de nosotros, de darnos su protección. Así lo hizo también el profeta Eliseo con la mujer de Sunén, que no tenía hijos. Se compadeció de ella y profetizó el nuevo nacimiento.

Se repite una idea muy parecida este domingo en la segunda lectura y el evangelio. “Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva”. Morir con Cristo para nacer con Él a una vida nueva. Morir al pecado para vivir desde la gracia y una vida guiada por la fe. ¿A qué tengo que morir yo, para tener nueva vida? ¿Qué lastres debo perder y soltar porque no me hacen ningún bien? Es bueno que me pregunte esto, porque hay cosas que dificultan mi vida de fe, mi maduración, mi crecimiento. Y todos seguimos en este camino entre avances y retrocesos, lo importante es seguir caminando, no detenerme ni tirar la toalla porque no logro la perfección buscada.

El Evangelio nos amonesta así hoy con rotundidad: “El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará”. Hay a veces un amor caprichoso y desordenado a las personas y a las cosas. Que no las ama por sí mismas sino por el provecho y gusto personal que me dan… este amor es insano porque no es equilibrado ni respeta el ser del otro. Solo busca dominar, aprovecharse o usarle, y esto por desgracia se da con demasiada frecuencia… vivir mi relación con el otro en función de lo que me da o lo que me sirve. Es profundamente egoísta y superficial. Amar a Dios serena y recoloca los afectos, ayuda a mirar a las personas de otro modo y no situarnos siempre en el centro.

El dilema evangélico (que ilumina también la cuestión de cargar la cruz) es ¿estoy “buscando mi vida” o estoy entregando mi vida? ¿Estoy buscando ante todo mi confort, mi comodidad, mi placer… o estoy tratando de poner mis dones al servicio de Dios y de los hermanos? La lógica es muy distinta. Radicalmente diferente. Una busca acaparar, la otra soltar. Una busca instalarse, la otra, darse. Una lleva a la muerte y a la soledad, la otra al encuentro con el hermano y a la vida. Os animo a perder la vida queridos hermanos, pero a perderla bien… con generosidad y propósito, sabiendo que es Cristo quien nos dio ejemplo para vivir de otra manera. Para vivir como la vela que mientras arde y se consume, ilumina a otros, y muchas veces ni disfruta ni se acuerda de su luz.

Víctor Chacón, CSsR