Personas que sanan rápido (Dom V del T. O.)

La vida no se ve igual con 10, 16, 30, 50 u 80 años. Hay abismos y crisis que nos hacen mudar de percepción y enfocar las cosas de manera distinta en cada etapa. Cada fase trae su potencialidad y su incapacidad, no nos engañemos. En la juventud también hay límites y en la ancianidad fortalezas. Sin pretender hacer un análisis exhaustivo: la infancia se vive en un ambiente protegido donde hay pocas tareas, mucho por descubrir y un “yo” por consolidar y distinguir. La adolescencia se despliega desde la rebeldía oportuna y necesaria en este momento contra todo lo establecido, contra lo que me han contado “los mayores” y se reivindica el propio criterio y el del nuevo grupo de pertenencia, los amigos. La juventud viene llena de idealismo y de deseos de querer transformar todo, ¡el mundo!, este idealismo nos empuja a emprender caminos e incluso a hacer opciones importantes, elegir a qué dedicarme, por ej. La madurez va viniendo asociada a una percepción más realista de mí, como ser vulnerable, y del mundo como lugar donde se mueven muchos intereses y conflictos. El adulto va percibiendo la limitación de su vida en sí mismo, en su salud, en la pérdida de seres queridos, en el cansancio y el peso de las responsabilidades y compromisos que hastían (Job entra aquí), ¡nada parece avanzar! “Mi herencia han sido meses baldíos, me han asignado noches de fatiga. Al acostarme pienso: «¿Cuándo me levantaré?» Se me hace eterna la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba”. Pero también hay una adultez tardía donde uno mira ya poco por sí mismo y por sus intereses, y se vuelca en amar, trabajar y servir a los demás. Tiene experiencia y un criterio consolidado por lo mucho visto y vivido, y se va a entregar con todas sus fuerzas sólo a aquello que le parezca valioso. Es la época de la fidelidad y la rectitud. Ya no importa  la aprobación de los demás, sólo hacer lo que se debe. En un proceso de maduración sano ocurre esto. Nos vamos liberando del “ego”, del rechazo a cumplir años, y vamos asumiendo la limitación como el tiempo en que Dios me permite hacer menos cosas, pero solo las importantes.

Aquí se sitúa la suegra de Pedro. “Se le pasó la fiebre y se puso a servirles”. Hay personas a las que las enfermedades le duran muy poco. Pero no porque sean más fuertes o más insensibles, ¡todo lo contrario! Su tarea les apremia, su responsabilidad les moviliza, les saca de la cama aunque estén cansadas y con mal cuerpo, no saben dejar de ser quienes son: personas para los demás. Madres, tías, abuelas, y también algunos hombres… aunque Marcos habla de una mujer no por casualidad. Ellas han sostenido muchas veces a sus familias con sus cuidados y desvelos, con sus cansancios y sinsabores, a golpe de mandil, quemaduras en las manos y alguna lágrima secada en el trapo de la cocina. Ellos también se han entregado con denuedo y pasión a sus familias, aunque su forma de cuidar muchas veces ha sido otra, quizás más de retaguardia.

La vida nos va proponiendo estos ejemplos de entrega y generosidad. Nos va sacando del aislamiento insensible donde a veces nos encerramos y nos recuerda que hemos de hacer camino, como Jesús. “Él sana los corazones destrozados, venda sus heridas” dice el salmo de hoy. Tiene que seguir predicando por más lugares, su mensaje tiene que seguir liberando y transformando más corazones. ¿Vivimos la vida en esta clave de servicio? Ojalá.

Víctor Chacón, CSsR