09 Nov Pobre Y Feliz
≡ Testimonio misionero ≡
«FAMILIA POBRE Y FELIZ !«
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Esta mañana estuve “platicando”, que es más que hablar, largo y tendido con Yoner y Lila, la joven pareja que ven en la foto. Esperaba yo a que se congregara la comunidad en esa “catedral” que ven en la otra foto y se presentaron los tres personajes de esta historia, historia feliz. Él es flaco y buen mozo, ella, “chaparrita” y alegre. Él y yo, nos conocimos hace un año. Entonces, él, me pareció un poco fantasma: chuleta y engreído. Se echó mucho incienso y mucha ciencia encima, para impresionarme. Pero no me impresionó. Y ahí quedó la cosa. Hasta que un año después, se me presenta con la que es la madre de su hijo y el bebé en sus brazos. Lo miro más humilde y feliz como padre y futuro esposo. Pensé que así sería la sagrada familia, pero yo, a veces, pienso cosas muy tontorronas:
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- Me caso en octubre, si Diosito lo permite, y bautizaremos a nuestro hijo en la misma celebración. Me siento muy feliz. Si usted quisiera casarnos, me haría muy feliz…
Me desconcierta este cambio de ritmo en su vida y pregunto:
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- ¿Pero tú no estabas en el seminario?
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- Sí. Pero tuve que dejar el seminario para ayudar a mi familia. Mis padres son muy pobres y mis hermanos, muy tiernos para trabajar. Yo me fui a trabajar a Lima. Allí conocí a Lila y me enamoré. Volví al seminario pero me desanimé con el trato que recibí. Y me salí. Pero yo nunca he dejado de servir a Dios.
Miro a Lila con gesto inquisitivo. Ella capta mi pregunta, sin formular, y contesta inmediatamente:
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- No padrecito. Yo no influí para que saliera del seminario. Yo lo respeté siempre en su vocación. Me ganó su forma de ser. Él era distinto de los demás. Me ganó por su forma de vestir, por su amabilidad y su generosidad. Y además muy romántico. Creo que sería un buen sacerdote. Me hace muy feliz.
Yoner, el de difícil pronunciación, corta la perorata de Lila y me dice que siempre contó con el apoyo de sus padres y con rechazo de sus amigos.
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- Antes me daba vergüenza decir que fui seminarista, pero ahora me siento orgulloso de lo que fui y de lo que soy. Me gustaría ser sacerdote a la vez que esposo y padre de familia.
“Mucho pides tú”, digo para mí. Pero dejemos ese tema que no parece tener solución y volvamos con la pareja. Todo esto me lo cuentan mientras bajamos de la cima donde se encuentra Perla mayo. Dos horas de charla y de largos silencios. Yo, me fijo en los tres y les veo felices, aunque temo que el bebé salga disparado a causa del baro y de la pendiente. Van limpios y bien vestidos; lo que me admira. Pero cuando llegamos al valle y me invitan a entrar en la casa de tabla, donde ahora viven, siento recelo y “repelús”. Hay mucha suciedad y se amontonan las cosas de cocina junto a los aperos del campo. No tienen ni luz ni agua corriente. Se intuye una cama en la única alcoba y eso es todo. Pera el bebé, una hamaca. Lo que se refiere al baño…, creo que detrás de la casa. Y antes de que yo termine de tragar saliva, Lila, contesta a mis interrogantes.
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- Estamos terminando nuestra casita, padre. Esta pieza no es nuestra. Cuando la terminemos viene usted desde España y nos la bendice. Si pudiera venir a casarnos… Eso sería nuestra mayor alegría. Por favor, padrecito…
Yo les digo que sí, que eso está hecho; que cualquier fin de semana de otoño, me doy una escapadita hasta Perla Mayo, su caserío, y celebramos la boda.
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- No estamos mal, padrecito. Tenemos nuestra chacra donde cultivamos rocotos frijolitos y bituca. La familia nos apoya para salir adelante. No nos dejan solos…
Ahora es su optimismo lo que me desconcierta. Pero hoy no estoy para dudar y les digo que son muy afortunados de tenerse el uno al otro. Y les animo a que sigan apoyando la liturgia y al catequista de su comunidad. Y el exseminarista, que se apunta a todos los temas se lanza al trapo como un miura:
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- Yo estoy muy animado. Quiero dar lo mejor de mi mismo y todos los conocimientos de teología que tengo para que mis hermanos vivan la fe. También apoyaré al catequista, que a veces se desanima a causa de las sectas. Y les puedo dar charlas sobre y los papas y los concilios. Además…
Le digo que eche el freno y que no vuele tan alto, no sea que se pierda entre las nubes y termine en una secta. Además la conversación se vuelve insulsa y ya no sé qué preguntar. Pero Yoner está lanzado:
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- Mire, padrecito. Lila y yo nos queremos y dialogamos mucho. Y nos apoyamos en el Señor. Hacemos oración juntos todas las noches. Y leemos el evangelio. Y educaremos a nuestro hijo en la fe, porque la familia que conoce a Cristo es feliz. Yo quiero tener una familia feliz. Somos pobres pero felices…
¡Madre mía, qué sermón! Me ha dejado “frito” tanta “teología de seminarista”. Después me escribe la dirección de correo electrónico y me ruega que le mande las fotos; las que ustedes tienen delante. Yo les digo que sí. Y que seguro que sería un buen sacerdote, por los sermones que echa. Y que será un buen esposo y un buen padre. Ellos dos, se ríen, saludan y se quedan a la puerta de la casucha prestada. Yo también saludo y me largo antes de que el “ex” comience con otro sermón. Que sean felices los tres, que eso el lo que quiere Dios.
P. Arsenio Díez