Quemar las naves

La frase «quemar las naves” siempre ha sido sinónimo de lanzarse a la desesperada tratando de conseguir un objetivo y renunciando a la posibilidad de dar marcha atrás ante un eventual fracaso.

Algunos entendidos piensan que esta expresión es de Alejandro Magno. Pero, como buen extremeño, digo que lo de “quemar las naves” se refiere a Hernán Cortes, con ocasión de la Conquista de México. Hernán Cortés, mandó hundir (que no quemar) la mayor parte de sus barcos, para que nadie tuviera la tentación de volverse atrás, por la dificultad de la misión.

Esta es la única razón por la que debemos vencer a ese virus destructor, ya que, si no vencemos, no podremos volver a nuestra rutina habitual, ni podremos abrazar a nuestros familiares, ni tomaremos café con los amigos, ni celebraremos la fe con los demás creyentes. ¡Estaremos perdidos! Debemos salir victoriosos en esta batalla de la que sólo hay un camino, el de la victoria. Y desde luego, evitar caer derrotados antes de pisar el campo de batalla. Esta guerra va a durar mucho tiempo, no lo olvidemos.

El evangelio exige adoptar decisiones tajantes y valientes. Y el pasotismo, no es una actitud evangélica. Jesús propone dejarlo todo, cargar con la cruz y seguirlo.  Jesús, lo pide todo: el que pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás, no es apto para el Reino de Dios.

La página de este mes es un testimonio misionero, aunque un tanto raro. El culpable es un diminuto bicho, que se ha metido en nuestras vidas y representa un desafío social. Reina el desconcierto en la vida parroquial y en nuestro trabajo misionero, pero no reina el miedo ni la desesperación. No queda más remedio que “agarrar al toro por los cuernos” para poder salir airosos ante el bravo toro que estamos lidiando.

Pues bien, hace tan sólo un par de semanas, nos reunimos en nuestra casa de Sevilla, tres equipos misioneros: paules, claretianos y redentoristas. La cuestión era bien simple: cómo está afectando la pandemia a la vida de las parroquias y qué propuesta misionera podemos ofrecer a esas mismas parroquias, que han estado recientemente de misión y a otras que van a ser misionadas.

Tres días hemos estado reunidos los tres equipos misioneros. Nos hemos dado ánimos, hemos compartido inquietudes, hemos sacado a la luz muchas propuestas, arriesgadas, pero bien pensadas. Y hemos rezado, por los párrocos y laicos de las parroquias misionadas. El tema del diálogo giró en torno a cuatro cuestiones: debilidades (las del misionero), amenazas (las que nos vienen de fuera), fortalezas, (personales y de equipo) y oportunidades para la misión. Aceptando que vivimos tiempos difíciles y recios para la fe y que se están dando cambios profundos y dolorosos para, me pregunto yo: ¿Y si de aquí sale un nuevo modo de hacer misión? ¿Y si conseguimos incorporar de manera más activa a los laicos en la tarea misionera? ¿Y si apostamos por dotar de una sólida formación teológica a los responsables de los grupos y comunidades de las parroquias? ¿Y si conseguimos, a través de los medios, que el evangelio llegue a más hogares? Y…

Muchas preguntas y pocas respuestas, pero hay algunas opciones irrenunciables para la misión: que no desaparezcan los equipos misioneros de nuestras congregaciones; que mantengamos la calidad en nuestras ofertas misioneras; que pongamos los medios de comunicación  al servicio del Evangelio; que los misioneros aprovechemos este tiempo de incertidumbre y espera para formarnos mejor; que la oración sean el motor de nuestro apostolado; que no olvidemos a María, que es nuestra mejor baza misionera. María, que es una, pero con tres nombres diferentes. Vean, si no, las tres imágenes de la Virgen, que tienen delante. El P. Antonio Ávila nos presenta a “su Virgen”:

  • Los misioneros claretianos, llevamos siempre a María en el corazón. Ella nos acompaña en todas las misiones que predicamos. Entregamos la imagen del Corazón de María a los dueños de las casas donde se celebran las asambleas familiares, para que presida cada reunión. Y cuando volvemos, años después de la misión, nos la encontramos enmarcada y con una vela encendida a sus pies. Yo, doy gracias a Dios por el don de su Madre a la Iglesia y en particular a nuestra congregación. De ella hemos nacido, tal y como lo vivió nuestro fundador, San Antonio María Claret. El Corazón de María, se convierte así en la fragua en la que somos transformados para llevar el Evangelio a todo el mundo.
  • Los misioneros paúles, nos dice el P. Manuel, llevamos con nosotros la Virgen de la Medalla Milagrosa. Ella nos habla de misión y nos empuja a ser misioneros. Los hijos de san Vicente de Paul somos misioneros, siempre con la intercesión y protección de María. Cuando el misionero ofrece la medalla y la estampa de la Milagrosa, ofrece lo mejor que tiene. Este sencillo gesto permite acercarte y encontrarte con los más sencillos y por tanto con Cristo.
  • También los misioneros redentoristas, llevamos como estandarte a la Virgen del Perpetuo Socorro. Ella es la que abre hogares y corazones. Ella preside todas las reuniones que se celebran en las casas. Ella queda como fiel guardiana de la misión, cuando nos vamos los misioneros. Y ella, cosa curiosa, antes de llagar los misioneros redentoristas a la nueva misión, ya nos aguarda con Jesús en sus brazos. El Perpetuo Socorro, es Madre de amor y misericordia; es nuestra virgen misionera.

 

 

¡Qué bonito queda el resumen!: tres nombres y una sola María, la madre del Señor. Tres equipos, pero una sola propuesta misionera, la de Jesús. Tres personas distintas, pero un solo Dios, que es Padre de todos y a todos nos ama por igual.

Y para los lectores de Icono, saludos fraternos en el Corazón María, que siempre es Milagrosa para quien la invoca y Perpetuo Socorro que nunca falla.