“Realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?”. Domingo V de Cuaresma

 

La profecía de Isaías recuerda el poder glorioso de Dios que es capaz de abrir caminos por el mar. Hacer que venza un pueblo débil y sin armas; mientras que el glorioso ejército egipcio fracase y se rinda. Dios lo puede todo. Pero Isaías tiene una profecía en ese texto que nos recuerda la hermosura de este tiempo de primavera, tan lleno de vida y de belleza: “No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino en el desierto, corrientes en el yermo”. Dios es capaz de abrir caminos de vida y salvación en la más negra de las oscuridades, en el más fatídico de los escenarios. Él lo puede todo. Su perdón restaura y renueva la vida más perdida y alejada de Él.

Así llegamos a la escena central de este Domingo que es el encuentro de Jesús con la mujer adúltera y el juicio -o mejor dicho, linchamiento- en el que pretenden que Jesús participe. Juan evangelista aclara bien la situación: “Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra»”. Jesús los desarmó a todos sin arma en la mano. Con el puro peso de la razón compasiva, de hacerles caer en la cuenta del pecado y el mal que en alguna ocasión nos ha torcido a todos el camino recto, nos ha hecho malograr la grandeza que Dios había puesto en nosotros, herir a los que más amábamos. Todos caemos, todos pecamos, todos herimos. ¿Por qué hay que seguir hiriendo? ¿Cómo vamos a tirar piedras contra una mujer que ya está herida? ¿Cómo agredir escandalizados a quien no es peor que nosotros? ¿Con qué derecho? No, no sería justo. Ella no lo merece. Ni aquellos hombres eran tan puros y dignos de erigirse en jueces de nadie. Mejor dejar a Dios el Juicio, mejor no precipitarse en la condena.

Frente a aquellos hombres que acusan, vociferan y señalan con el dedo acusador, Jesús mansamente escribe en la tierra, como despreocupado, como un niño que estuviera jugando ajeno a la tensa situación que se vivía. Frente a los que gritan llenos de soberbia y prepotencia, Jesús pregunta a la mujer, pide su opinión, la valora: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?». Ella contestó: «Ninguno, Señor». Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más». Hay en estas palabras de Jesús mucho más que un simple decir “te perdono”. Le ha dado el Perdón de Dios, la ha librado de la condena a muerte, la ha rehabilitado como mujer digna y amada. Ha borrado su delito, su pecado, que nunca se negó que existiera o que fuera grave. El pecado no ocupa el lugar central, eso nos dice Jesús. En el lugar central siempre está la persona, su vida, ¡su gloriosa dignidad de hija! Jesús restituye esa dignidad, la subraya y le anima a seguir caminando desde ella: ¡en adelante, no peques más! Recuerda quien eres, ¡mujer amada! Y no busques amores que no te merecen ni te valoran. “Que no te utilicen, mujer buena, ¡tú vales mucho más que todo eso que te pretenden dar!”. Qué enfoque tan diverso y liberador nos muestra Jesús frente a aquellos hombres iracundos y resabiados que “pretendían hacer justicia” ocupando el lugar que solo a Dios corresponde: el de dar la vida o quitarla.

Recibir el perdón renovador de Dios en Cristo solo puede conducir a la gratitud y la alabanza: “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”. No dejemos de acercarnos al sacramento de la Reconciliación, del Perdón, en esta Cuaresma. Jesús está allí esperando a decirnos: ¿Dónde están tus acusadores? ¿Nadie te condena? ¡Tampoco yo te condeno! Vete en paz y en adelante, no peques más hijo mío.

Víctor Chacón, CSsR