Rechazar la invitación de Dios. Domingo XXVIII del T. O.

 

Un banquete. Es la imagen del cielo que nos da Isaías: “Preparará el Señor del universo para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares exquisitos, vinos refinados”. Un banquete donde no falta nada suculento ni nadie (están invitados todos los pueblos). Estamos todos. Y lo mejor es la actitud que se genera allí, imposible estar tristes… ya que hemos sido consolados: “Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros”, nos quitó los motivos de llanto. Desde el cielo se ve el sentido y la luz de todas las cosas, la finitud del sufrimiento. Él es el Dios que “ha aniquilado la muerte” para siempre. Con lo cual ya no hay llanto, ni duelo ni luto ni temor. ¡Sin duda hay motivos para hacer fiesta! Cuando vivimos desde la esperanza de la fe, el gozo inunda nuestra vida… sabemos que nada malo tiene la palabra definitiva.

“Todo lo puedo en aquel que me conforta” dice San Pablo a los Filipenses. Y da en la clave. No es sólo el “soy capaz de todo” egoísta y “ombligocéntrico” que hoy se lleva, muy entrenado en sesiones de coaching y de autoayuda. Sino que todo lo puedo apoyado en Aquel que me sostiene, que nunca me deja y que me impulsa. Esto es distinto porque ya no necesito salvarme ni apoyarme solo en mí. Tengo mi punto de apoyo fuera de mí, eso es sano y oportuno. Porque “el que se crea muy seguro, tenga cuidado no caiga” (1 Cor 10, 12). Los excesos de seguridad los carga el diablo, y acaban mal. Mejor ser más normalitos, más humildes y pisar tierra, pero suavito, sin pisar a nadie.

La parábola del Rey que celebraba el banquete de bodas de su hijo es reflejo del reino. Los invitados principales no quisieron ir, rechazaron la invitación… ¿por qué? No se concreta. ¿Por qué motivos rechazamos nosotros una invitación? Bien porque no nos sentimos cómodos allí o bien porque sentimos que tenemos algo mejor que hacer, más importante o provechoso. Algo así puede pasar con el reino de Dios. “La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían” (los convidados principales era el pueblo de Israel, escogido por Dios como pueblo suyo). Los hijos predilectos no aceptan la invitación de su Padre, dice Jesús, no quieren sumarse al banquete de bodas de su Hijo.

Es por eso que la salvación -como este banquete- toma un giro universal y se abren las puertas: “Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, llamadlos a la boda”. El banquete se va a celebrar igualmente, Dios no deja de hacer fiesta.

Pero he aquí que un invitado fue encontrado allí sin “vestido de fiesta” y le fue reprochado. Que todos sean invitados no quiere decir que se pueda acudir de cualquier modo, con cualquier presencia. Lógicamente no está hablando la parábola solo del vestido exterior, sino del interno del alma: de las obras que hacemos y que nos visten. Sin buenas obras, sin buen corazón, no se puede entrar en presencia del Rey y ser invitado al banquete de gozo que no termina. Si no hay generosidad no habrá alegría. Si no hay entrega, difícilmente habrá salvación… seguiremos distraídos muy ocupados en nuestros asuntos “gozosos e importantes” rechazando el mejor de los banquetes, la mayor de todas las Fiestas, la de la Vida con mayúsculas.

 

Víctor Chacón, CSsR