Solemnidad de la Natividad del Señor: NACE EL DIOS DE LA PAZ Y EL PERDÓN. ACÓGELE.

 

La fiesta solemne de la Natividad del Señor es Misterio de comunión y gozo, de alegría y esperanza. Es mucho lo que encierra la Navidad. El poder inmenso de un Dios soberano capaz de ocultarse en la fragilidad de un bebé recién nacido inerme y temblando de frío en la noche de Belén. Tiene “la paz desarmada y desarmante” de la que habló el Papa León en su primera aparición pública.

Dice San Alfonso que era un gran enamorado de la Navidad: “¿Quién no se conmoverá de amor viendo a un Dios indefenso, tiritando de frío y de necesidad? El Hijo de Dios se hizo pequeño para hacernos crecer y estimularnos en el don de nosotros mismos. Vino Jesús como un niño cualquiera para que así le acogiésemos mejor y descubrirnos después su secreta riqueza”. La gramática de la Navidad es ésta, la melodía que hace sonar el amor de Dios: conmoverse, compasión, don, acogida, gracia… Es el misterio del Dios que desea venir a salvarnos desde el perdón, viene a reconciliarnos.

“Se acordó de la misericordia y la fidelidad” dice el Salmo de este gran día de Navidad. Y es que no puede olvidarse Dios de nosotros y no lo hace por muy alejados que estemos o muy pecadores que seamos.

El gran mensaje de la Navidad es: “hermano/a Dios te ama. Te ama mucho, tanto que se hizo humano por ti, para acercarse a ti, para comunicarte su perdón, su salvación y su gracia. Para hacerte crecer y estimularte al don de ti mismo, de tu vida”. Dios te salva, y a la vez “te convierte en salvador”, pues te pide imitar su dinámica de Vida que es redentora: entrega total, compasión, cercanía a las pobrezas del mundo, a la pobreza que me rodea. No te desentiendas de nada ni de nadie. Se cumple la profecía de Isaías: «¿Puede una madre olvidar a su niño de pecho y dejar de amar al hijo que ha dado a luz? Aun cuando ella lo olvidara, ¡yo no te olvidaré! Grabada te llevo en las palmas de mis manos; tus muros siempre los tengo presentes. Tus hijos se apresuran; de ti se apartan tus destructores y los que te asolaron (Is 49, 15 ss). Dios no se olvida de nosotros. Jamás. Ni puede ni quiere olvidarse.

La Navidad es un tiempo duro para muchas personas. Pensaba esto en el mercado mientras veía a gente haciendo sus compras estos días. Si no tienes mucha familia (la soledad), si no tienes salud (hay mucha gente enferma) o si no tienes dinero/trabajo, tu Navidad se complica bastante y uno empieza a no tener motivos para celebrar nada, ni presupuesto.

Carta a los Hebreos: “En esta etapa final, Dios nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha realizado los siglos. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de Dios”.

Dios viene a sanar y a reconciliar, Hebreos insiste en esto. Él viene a purificar nuestra visión y corazón, nuestras relaciones. Haciéndose humano nos pide, por favor, recordar nuestro inmenso valor…tanto que todo un Dios toma cuerpo en nuestra historia, como un humano más. Estamos llamados a aprender a descubrir la grandeza del ser humano. Reconciliarnos con nuestra debilidad, la propia y la ajena. Esto solo se puede hacer amasando un corazón compasivo y empático. Capaz de entender, capaz de escuchar, capaz de identificarse con el otro y su situación. Sólo estas actitudes y valores que nacen de la Encarnación, de la cuna de Belén, ayudarán a la Humanidad a no matarse, a no vivir en el odio y el enfrentamiento fratricida, en una competitividad que nos destruye y nos aboca al fracaso y a la infelicidad. La Navidad nos recuerda que estamos configurados para la fraternidad, para ser familia HUMANA, no solo “mi pequeña familia”, los míos. Sino familia Universal, católica, en su sentido más literal y más acogedor del término.

Aprendamos a acoger este Verbo que se hace carne, humano, para reconciliarnos y hacernos compasivos. FELIZ NAVIDAD A TODOS.

Víctor Chacón CSsR