
04 Jun Solemnidad de Pentecostés: Aliento de vida y presencia continua de Dios. Amados y enviados

Si el pasado domingo -con la Ascensión del Señor- se cerraba una etapa, la de la presencia de Jesús con los discípulos, este domingo -con Pentecostés- se abre otra: la vida de la Iglesia naciente, la primera comunidad que ungida e impregnada del Espíritu no puede callarse ni quedarse quieta, necesita salir y comunicar la salvación de Dios, su presencia: “Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse”. El Espíritu de Dios crea comunión y comunicación, ayuda a entenderse a las personas. El espíritu del maligno hace lo contrario, crea división e incomunicación…separa, destruye y cizañea. Es importante que revisemos las dinámicas de nuestra vida y pensamiento, las fuerzas que nos guían.
Aliento de vida. El salmo de hoy (103) dice esto: “Cuántas son tus obras, Señor; la tierra está llena de tus criaturas. Les retiras el aliento, y expiran y vuelven a ser polvo; envías tu espíritu, y los creas, y repueblas la faz de la tierra”. El Espíritu es el Aliento de Vida con el que Dios crea y mantiene la vida. Esta imagen del Espíritu como hálito de vida, como respiración, me recuerda una reflexión de Bernhard Häring (teólogo redentorista) al final de su vida: Le preguntaban “¿Qué significa para ti el ideal cristiano que te llama a ocuparte siempre de las cosas de Dios?”. A lo que él responde: “Vivir su designio de salvación, tratando de comprender cada día, cada hora, qué es lo que Dios quiere de mí; descansar en su amor; aceptar la enfermedad -no la enfermedad en sí misma, sino ese sufrimiento que hace comprender y estimar más el sufrimiento de Cristo y de los otros-; ofrecer mi disponibilidad cuando hay un trabajo que me parece urgente y alguien llama a mi puerta; todo eso significa ocuparme de las cosas del Padre. No pretendo hacer mi voluntad, no me fijo un plan inamovible y para siempre; sino que voy realizando proyectos que cambian siempre según las circunstancias. E incluso cuando estoy en la cama y no puedo dormir, respiro profundamente y escucho mi respiración, que es símbolo del amor que circula entre el Padre y el Hijo. Ese ritmo me hace experimentar el abandono en manos del Padre, me hace sentirme en casa, me permite saborear por anticipado el reposo eterno”. El 3 de julio de 1998 fallecía en Alemania. Dios no está lejos. Sino muy cerca, podemos sentirlo hasta moviendo nuestros pulmones, sosteniendo la vida cada día.
Corintios: “Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común”. Dios, con su Espíritu Santo, quiere actuar en tu vida -a través de ti- y regalar algo a la Iglesia: ¿Estás colaborando con Dios? ¿Permites al Espíritu Santo actuar en ti? ¿Qué quiere hacer Dios a través de ti, lo sabes ya?
Evangelio de Juan. Estaban con las puertas y ventanas cerradas por miedo a los judíos (…) en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Cuando Dios no está en el centro, el miedo nos domina… aparece la ansiedad, la presión por cosas que amenazan y que no sabemos cómo resolver. La presencia del resucitado trae alegría y confianza. Confianza en ti mismo. Ayuda a saberse habitado por Dios, consagrado, bendecido, amado… ¡y eso relaja mucho! Nos olvidamos con frecuencia que el Bautismo y la Confirmación nos han hecho sagrados. La encarnación y pentecostés son el recuerdo imborrable del Dios que nos ama tanto que nos ha divinizado uniéndose a nosotros a través del Hijo (Encarnación) y del Espíritu (Pentecostés). Escucho a algunos cristianos y me da pena. Y ganas de decirles: ¡Deja de despreciarte! ¡Tienes a Dios dentro! ¡Descubre la belleza de Dios que Él ha puesto en ti! Deja de envidiar y de mirar para otro lado… Está en ti. Y en tus hermanos. El segundo paso necesario es aprender a descubrir su belleza en el otro, y amarle también allí. El Espíritu Santo siempre crea fraternidad, nos ayuda a ser hijos y hermanos. “Se llenaron de alegría y Jesús les dijo: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Somos enviados por Jesús y con el Espíritu. Enviados por su amor y su unción. Necesitamos recuperar esta conciencia.
Víctor Chacón, CSsR