Solemnidad del Corpus Christi: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo. Sin miedo a tocarte, Señor”

Pablo pone el foco en lo importante a la hora de transmitir lo que significa la Eucaristía: “Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido (…) por eso cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva”. Una tradición, algo que debe ser transmitido. Porque es valioso y verdadero, porque está lleno de sentido. Viene del Señor. Es más, ¡es el Señor mismo! Su cuerpo y su sangre, su presencia real y auténtica. “Locura de amor de Dios” decía San Alfonso, no te bastó encarnarte o ir a la cruz, que te has quedado en la Eucaristía para ser presencia salvadora, alimento y medicina durante toda nuestra vida. La Eucaristía es locura de amor de Dios que no quiere dejarnos solos jamás, que como un enamorado no desea separarse de quien ama.

Locura de amor que habla del testamento de amor de un Cristo que asume su pasión y va a la cruz, a entregar allí su cuerpo y su sangre físicamente, visiblemente. No fueron palabras bonitas solo. La entrega total de Cristo en la Cruz fue real, dan fe los Evangelios y otros testigos de la historia que lo escribieron. La Eucaristía es anuncio de la Pasión y muerte del Señor, está profundamente unida a ello. Pero al mismo tiempo es profecía de Resurrección. Las comidas del resucitado dan fe, Emaús y los demás textos. Jesús siguió alimentando a sus discípulos después de resucitar y sigue hoy haciéndolo con nosotros a través de los sacerdotes. Algunos hemos recibido este regalo siempre inmerecido de alimentaros y sanaros -porque Cristo así nos lo pide- en cada Eucaristía.

Texto de San Lucas, hay un contraste simpático entre la óptica de Jesús y la de los Apóstoles. Los apóstoles le dicen: “despide a la gente maestro que vayan a buscar comida, que estamos en descampado (en lugar árido, desértico)”. Jesús les dice en cambio: “Dadles vosotros de comer”. Que básicamente era como decirles: no os desentendáis de vuestros hermanos. No les recibáis con alegría cuando vienen a escuchar la Palabra o la predicación, y ahora, que necesitan de vuestra ayuda, les echéis fuera a que se las apañen solos.

Hace poco me encontré a alguien que me dijo: “Padre, he vuelto a caer, a pecar. Me siento mal…quizás me podría recomendar algún voluntariado o ayuda, un fin de semana”. A lo que dije: No mira, esto no funciona así. ¿Quieres hacer un voluntariado breve para sentirte bien? Eso es utilizar a los pobres, no servirles. El voluntariado requiere una entrega y disponibilidad más seria y sincera. Si te sientes mal, te aguantas un poco. El dolor de los pecados es bueno, es señal de que tienes conciencia y te escuece. Que pongamos nuestra necesidad de “sentirnos bien” en el centro es para hacérselo mirar. Es algo que se llama “emotivismo moral”, decidir las cosas según me hacen sentir, según las emociones. Un cristiano no debe andar ahí, aspiramos a una entrega más seria y auténtica.

Jesús tomando los cinco panes y los dos peces y alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los iba dando a los discípulos”. Resumiendo mucho, 4 acciones implícitas: TOMAR, BENDECIR, PARTIR Y REPARTIR. Esto lo obra no solo como milagro concreto sino que es la dinámica total de la vida de Cristo. El vivió TOMANDO la vida en sus manos (no huyendo, sino profundizando y conociéndose), vivió BENDICIENDO (orando, descubriendo a Dios en todo), vivió PARTIÉNDOSE (haciendo de su vida un sacrificio, a veces doloroso) y REPARTIÉNDOSE (en entrega total a los demás y a su Padre, Abba). ¿Vivo -yo que comulgo con Cristo- esta dinámica en mi vida: Tomar, bendecir, partir y repartirme? ¿o vivo huyendo, ahorrándome, reservándome, acaparando cosas en lugar de entregar y servir?

Solo un detalle más. Tomó los 5 panes. Tomar viene del verbo griego: Λάβετε (Lávete) Es la forma de plural del verbo «λαμβάνω» (lávano), que significa «tomar» o «recibir» con la mano. Hay contacto. La forma original de comulgar siempre fue recibir o tomar la eucaristía con las manos, durante casi 1000 años fue solo de este modo en la Iglesia católica. Jesús viene a entrar en contacto con nosotros, como lo hizo con el leproso. Sin miedo a tocar o a ser tocado. No tiene miedo de nuestra impureza o indignidad, es más, Él es quien nos purifica y santifica. Y en el propio rito inicial de la Eucaristía hay un rito de perdón que no es decorativo, sino real. Nos prepara a poder recibirle. Dejémonos tocar y transformar por Él. Entremos en la dinámica de tomar, bendecir, partir y repartir.

Víctor Chacón, CSsR