18 Mar Una ley que nace de dentro, que sale del Corazón. Dom. V de Cuaresma
A nadie le gusta que le impongan cosas – y menos en estos tiempos de tanta restricción- lo vivimos como una amenaza a nuestra libertad y autonomía, que son los valores intocables (en teoría) en las sociedades democráticas. Quien llega a cualquier sitio imponiendo se suele ganar la antipatía de muchos y el amor de pocos. Pero, claro, necesitamos leyes y normas que organicen y pauten una convivencia en paz, unos mínimos de justicia. Aquí está servido el conflicto, la tensión cotidiana. Queremos ser libres, totalmente autónomos, pero también deseamos paz y justicia, que no se cometan abusos (sobre todo si nos afectan a nosotros).
¿Qué solución nos da Dios?
Dice el profeta Jeremías “pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que enseñarse unos a otros diciendo: «Conoced al Señor», pues todos me conocerán, desde el más pequeño al mayor —oráculo del Señor—, cuando perdone su culpa y no recuerde ya sus pecados”. Es genial y muy inteligente la solución que Dios propone a través de su profeta. La ley que yo les daré no será opresión externa, imposición que caiga como plomo, sino una norma de vida que les nazca de dentro del corazón, de lo profundo de ellos mismos. El cambio es total. Dios desea conectar con lo profundo que hay en nosotros, en nuestro corazón, y allí ha puesto su semilla para que quien lo desee, libremente la descubra, la plante y le dé crecimiento.
Me encanta la expresión del profeta, que apunta a Dios diciendo: “me conocerán cuando les perdone y no recuerde ya sus pecados”. No tenemos a un Dios rencoroso, ni que anote en su libretita divina nuestras faltas, errores y patinazos… y eso relaja mucho. No tenemos a un Dios exigente, perfeccionista y asfixiante que viva con decepción y reproche cada momento de oscuridad que creamos a veces entre la maldad y la inconsciencia. A veces los creyentes hemos dado por supuesto (erróneamente) que quien no cree en Dios es culpable-responsable de su no fe. Y no es así, hay bastantes posibilidades de que muchos creyentes jamás hayan encontrado a nadie que les ayude a creer de verdad, nadie que les haya presentado esta imagen fascinante, liberadora y sanadora de Dios, que está en lo profundo de su corazón. No lo digo yo, lo dijo Karol Wojtyla (S. Juan Pablo II) en el Concilio Vaticano II (cf. GS 19). a veces, demasiadas veces, nos hemos equivocado presentando solo al “dios de la libretita”.
San Juan termina de situarnos ante el corazón del evangelio. “En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”. Es uno de los anuncios explícitos de la pasión de Cristo que él mismo ya intuía cercana. En clave cristiana solo se concibe este amar hasta dar la vida, hasta el final. Y a veces siguiendo a Jesús la vida nos irá pidiendo “pequeñas muertes” (de ego, de tiempo, de protagonismos, de proyectos personales…) que serán siembras fecundas para el Reino.
“El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará”. El que se ama a sí mismo se pierde. Y vivimos en una sociedad que fomenta el narcisismo, mirarse al espejo mucho y ensayar sonrisas y caras divertidas para nuestros selfies y fotos… y nos cuesta aprender que “no hay servicio sin sacrificio”, no hay verdadera entrega a los demás, si yo no me quedo sin algo… no hay generosidad, si yo sigo acaparándolo todo y deseando tener más. Nos queda aún camino por recorrer. “El que quiera servirme, que me siga”. Necesitamos tomar esto, el seguimiento de Jesús, como referencia fundamental y el aprender a mirar dentro de nuestro corazón, para descubrir ahí esa Ley interna que nos sana y nos une a Dios.
Víctor Chacón, CSsR