“VIVIR O DEJARSE VIVIR, ÉSA ES LA CUESTIÓN” DOM. XXXII T.O.

“Se parecerá el reino de los cielos a diez vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran prudentes”. Esta nueva parábola de la vigilancia de Mateo es la tercera de su género (después de la del mayordomo y el ladrón). Avisa a la comunidad creyente de la necesidad de estar vigilantes, atentos, despiertos, preparados. Pero no ansiosos ni perder el sueño. Recordad que las diez muchachas, tanto las necias como las prudentes se durmieron. Dormir está permitido. Dormir no es el problema para Mateo. Lo interesante es lo que ocurre antes del sueño.

Como telón de fondo de nuevo hay un banquete, una fiesta de boda. Esta parábola se ubica en una teología de la espera del Novio, de la segunda venida de Cristo (o Parusía). El novio tarda en llegar. La comunidad cristiana es comparada a las diez muchachas que tienen la misión de acompañar al novio con sus lámparas (algo común en las bodas de la Antigüedad oriental, “la danza de las antorchas”). Es un tiempo de alegría, de kairós, porque el novio va a venir. Pero Mateo parece advertir, el que no esté preparado puede perderse este momento de alegría.

Todas las muchachas sabían cuál era su misión. Pero no todas se prepararon. No todas le dieron importancia. Quizás se distrajeron en otras cosas, no le dieron importancia a lo que sin duda lo era. La parábola busca esta vigilancia y responsabilidad en el día a día de los creyentes. Porque puede ocurrir, como a las muchachas necias, que lo primero no sea lo prioritario. El proyecto de Dios, de su amor y salvación, busca orientar y unificar mi vida. Hacerme vivir integrado, centrado, calmado… ¿soy yo como las muchachas previsoras que saben mirar lo importante y se preparan? ¿o soy de las dispersas y descuidadas, que muchas cosas las entretienen? Unas, las prudentes o sabias, vivían esperando al novio, buscando su presencia. Las otras, las necias, parece que no tenían tan vivo ese horizonte. ¿Qué buscaban? No se sabe, la parábola no entra en eso.

La luz de los discípulos luce mediante las buenas obras (cf Mt 5, 16). Ese es el aceite, una fe  que se hace Caridad. Fe-caridad enciende las lámparas de las muchachas y les permite pasar al banquete acompañando al novio. Ahora se entiende el porqué ese aceite no se puede compartir: nadie puede amar por ti, creer por ti, hacer las buenas obras en tu lugar. Lo importante al final no es la llamada, sino la respuesta; no la lámpara, sino el aceite; no la pertenencia a la comunidad, sino las obras.

De vez en cuando necesitamos pararnos en la vida, revisar la dirección y tocarnos el corazón. ¿cómo estamos? ¿hacia dónde caminamos? ¿cómo ando de aceite? Necesitamos otear el horizonte y recordar hacia dónde queremos caminar y enderezar los pasos para “andar hacia donde queremos ir” porque de otro modo, la vida, la rutina, las prisas y afanes nos consumen y cansan, y nos hacen olvidarnos del novio, de la lámpara que estamos llamados a ser, del aceite que nos ilumina y calienta al arder. Dios da mil y una oportunidades, probablemente el jamás cerraría esas puertas del banquete. Pero si no has preparado tu lámpara, busca el aceite que nadie te puede dar, no te duermas. Te espera la fiesta, la danza de las antorchas, la Luz y la Vida que ya pueden comenzar en esta vida.

Víctor Chacón, CSsR