
28 Ago Domingo XXII del T.O.: Reconectando FE y VIDA.
Eclesiástico inicia fuerte: “Cuanto más grande seas, más debes humillarte, y así alcanzarás el favor del Señor. «Muchos son los altivos e ilustres, pero él revela sus secretos a los mansos»”. Lo curioso de este texto sapiencial es que iguala humildad y mansedumbre, los da como sinónimos. Y tiene mucha razón. Con alguien humilde es fácil tratar, no es beligerante ni reivindicativo, no está sintiéndose ofendido por todo o creyendo que se le minusvalora. No pretende más, no tiene un orgullo herido ni hinchado. Normalmente la gente sencilla y humilde es de fácil trato. En cambio, la soberbia nos lleva a otro lugar complicado, donde es fácil entrar en conflicto con los demás, donde fácilmente nos situamos a la defensiva y estamos como esperando que el otro flaquee, para responderle rápido. “Dios revela sus secretos a los mansos”. Esto debería de ser suficiente aliciente para revisar la mansedumbre/humildad en mí. Dios solo transmite su sabiduría a los mansos, ya que ésta está vedada a los soberbios, a los creídos, a los que piensan que ya saben y conocen. Su orgullo les aleja de Dios y de su sabiduría.
Salmo 67 nos revela una vez más el rostro de Dios: “Padre de huérfanos, protector de viudas,
Dios vive en su santa morada. Dios prepara casa a los desvalidos, libera a los cautivos y los enriquece”. Nuestro Dios es humilde y cuida de los humildes. De pobres, desvalidos, desdichados… los cuida y enriquece, les prepara una casa, dice el salmo. Necesitamos reconectar la vida espiritual con el compromiso público y social, con las decisiones de nuestra vida y de nuestra economía, pues lo pide la Palabra de Dios. No podemos rezar este salmo e ignorar tantas situaciones de sufrimiento y abandono y pobreza que nos rodean. No se puede ser cristiano y permanecer indiferente a la pobreza y al sufrimiento del mundo. No se puede. Hay un cortocircuito si hacemos eso. La fe pierde sentido y coherencia, ni transforma nada, ni ilumina nada…ni conecta con el Dios compasivo, padre de huérfanos, viudas y desvalidos.
Lucas 14: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte”. Estamos tocando el corazón del Evangelio que nos dice: no busques recompensa en lo que hagas. No seas egoísta amigo. No seas interesado. Cultiva la gratuidad y la generosidad en tu vida. “Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis”. Aprende a vivir con menos y a compartir con quien no tiene y no puede proveerse. Estas cosas se hacían antes en los pueblos, donde la vida era más sencilla y los vecinos se conocían todos. No era difícil que, llegando el tiempo de la cosecha o de la matanza (del cerdo), la madre o el padre enviara a alguno de sus hijos con un paquete de alimentos para otra familia necesitada del pueblo. Gratitud, generosidad, valorar cada cosa que tengo y aprender a vivir sin avaricia. Busquemos serenamente y discretamente a quién y cómo ayudar si es que aún no lo estoy haciendo. Porque si no, mi vida cristiana pierde coherencia y validez. No sigo a Cristo con mis acciones, aunque lo siga con mis palabras.
Víctor Chacón, CSsR