Amor hasta el extremo, JUEVES SANTO

 

El corazón de la fe cristiana late en el Jueves Santo. Son demasiadas cosas importantes lo que en él ocurren: la institución de la Eucaristía en la Última Cena de Jesús y sus discípulos. También la institución del sacerdocio de la Nueva Alianza, inseparable de la Eucaristía. El gesto y ejemplo del lavatorio de pies a los discípulos y el mandato solemne del Amor fraterno como una de las pocas instrucciones que Jesús nos da así, en imperativo. Las cuatro realidades están profundamente unidas e interconectadas entre sí. Eucaristía, sacerdocio, lavatorio y amor fraterno.

Pablo habla de la Eucaristía como de “una tradición recibida del Señor que a su vez él transmite”. Algo sagrado que nos comunicamos porque viene de Cristo, y recuerda las palabras exactas: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía». También con el cáliz: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía». Cristo se hace “cuerpo entregado” y “sangre de una nueva alianza” con Dios que se derrama por el perdón de los pecados (dirán Mateo y Lucas). Lo que hace es un gesto profético que se realiza sorprendentemente el viernes santo. En la pasión y en la Cruz, él entrega su cuerpo y su sangre, su vida y su alma. Afrontando un destino de castigo y humillación que no merece. Pero él se humilla por quienes no se humillan, pide perdón por los impenitentes, es testigo de un amor desbordante y compasivo: el Amor del Padre y de su Espíritu que está en Él.

Juan evangelista acierta de pleno en su expresión en el relato de la última cena: “sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Y porque les ama, se levanta se quita el manto y toma una toalla y les sirve. Se despoja para servir. El amor es capaz de humillarse, de desprenderse de todo y de tomar una toalla y un barreño si eso es preciso. Estamos a veces demasiado acostumbrados a realizar servicios que no manchan, ni despojan de nada, ni implican ni comprometen… y eso se aleja de la actitud del lavatorio a la que Cristo nos invita dando ejemplo.

El sacerdocio de la Nueva Alianza que Cristo inaugura se realiza desde aquí, desde el Amor y el servicio al prójimo. Cristo nos pide a los sacerdotes no temer a nada y vivir en actitud desprendida y generosa. Tratar a los hermanos como amigos invitados a una cena y nos llama a ser buenos anfitriones con todos, no solo con quienes me son simpáticos o me solucionan cosas, no solo con quienes me pueden corresponder o me ayudan con sus bienes. A todos. Y aquí está el corazón de la Eucaristía para Juan. Él no narra la institución al modo clásico, recordando cómo consagra el vino y el pan, sino que en lugar de ese relato, sitúa el lavatorio y el mandato del amor. Juan nos dice que amar al hermano y servir es vivir la Eucaristía. Y por ende, alejarnos del amor al hermano y del servicio es alejarnos de la Eucaristía, de la presencia de Cristo. Es bueno que maduremos esto en nuestra vida y no reduzcamos la Eucaristía a un rito exterior y vacío. Porque la Eucaristía está hecha, pensada y diseñada por Cristo implicando TODA SU VIDA, ENTREGANDO TODA SU VIDA Y PENSADA PARA IMPLICAR Y ENTREGAR TODA NUESTRA VIDA. Imposible ser mas claros de lo que Él lo fue. Esto es Amar hasta el extremo, esto es partir y repartir su cuerpo. Esto es la Eucaristía y el servicio sacerdotal que anima en la fe y une a los hermanos. Servicio siempre de fraternidad y comunión.

Víctor Chacón, CSsR