Comentario a la Palabra del domingo XXVII T.O.

Por tercer domingo consecutivo vamos a la viña. El primero fue con los jornaleros de las distintas horas, para aprender la generosidad del dueño con los últimos y la justicia con todos. El segundo domingo fue con la invitación del padre a sus dos hijos a ir a su viña, donde hacíamos el serio aprendizaje de que se responde más con las obras que con las palabras. Hoy es el cansancio y la frustración del amigo que ha hecho todo por su viña (Is 5, 1-7), la ha mimado y se ha entregado a ella hasta la extenuación, pero desde hace mucho no saca de ella más que uvas amargas.

La parábola de este domingo nos lleva a una situación muy humana. La que acontece cuando dejamos de dar fruto porque el amor se vuelve rutinario y pesado.  La que sucede cuando ya todo se da por supuesto, y no se habla ni se pregunta, ni se cuenta con el otro. ¡Esto acontece en tantas parejas! Aunque también con la fe ocurre así. Se pierde la novedad, la necesidad de expresar afecto (porque el otro ya sabe que le quiero, ¿para qué decirlo?) y los temas de conversación se vuelven amargos, quejas, críticas, cosas que no van bien. Uvas amargas. ¿Qué hace el viñador? Distanciarse. Retirar todo su afecto y protección, sus cuidados. “Pues os hago saber lo que haré con mi viña: quitar su valla y que sirva de leña, derruir su tapia y que sea pisoteada…”. A veces la lejanía ayuda a tener perspectiva y a valorar lo que teníamos pero no valorábamos. A veces son necesarios estos tiempos de reflexión en los que revisemos si damos nuestro fruto a su tiempo. ¡Ojo! Porque el viñador no deja de amar a su viña, ni se nos dice que deje de visitarla, no se desentiende de ella, solo toma distancia.

La parábola del evangelio de Mateo es diferente. Aquí el acento no está en la viña, sino en los labradores. Ellos movidos por su codicia desean apropiarse de un terreno que no es suyo, y son capaces hasta de matar al hijo del dueño. Han perdido toda normal moral, solo se preocupan de sí mismos, de su “bienestar”. Jesús dirige nuevamente su mensaje a las autoridades judías y les hace ver su incongruencia, su falta de amor por la Viña-Pueblo de Dios. Ellos solo buscan mandar y apropiarse de todo para sacar provecho, aunque para ello hayan de matar al Hijo del Viñador. Por eso acaba con una promesa de esperanza: “se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos”. Las “piedras desechadas” de Israel (pobres, enfermos, pecadores…) son las verdaderas herederas del reino del Padre bueno. Vivamos en esta clave de servidores humildes de su viña, y no de patrones que se apropian de lo sagrado.

Víctor Chacón, CSsR