“Desbordo de gozo en el Señor”. Domingo III de Adviento GAUDETE

“El Espíritu del Señor, Dios, está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para curar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad…”. Un mensaje liberador. Jesús se presenta en público así en la sinagoga de Nazaret, de su pueblo. Se identifica con este mensaje de sanación y liberación del profeta Isaías. El Mesías es el enviado de Dios para sanar a su pueblo de sus heridas y abrirle horizontes nuevos de gozo y prosperidad. No hay esclavitud ni opresión. Dios viene a educarnos en una completa y total libertad que sabe elegir bien (responsablemente) sin dañar nada ni a nadie. Porque quien ama tiene cumplida la ley entera… por eso decía Agustín “Ama y haz lo que quieras”. Si amas, no dañarás a nadie. Si amas, no vivirás encerrado en tu egoísmo. Si amas…

Este domingo de Gaudete, domingo de la alegría, nos invita a pensar en qué cosas nos alegran. Y quizás también por ello en ¿qué cosas me entristecen? Las cosas que me roban la alegría. Es bueno que calibremos esto, porque al final uno ha de alegrarse o entristecerse sólo por cosas que valgan la pena, que sean realmente importantes. Y no dejar nuestros estados de ánimo al viento que sopla en los accidentes cotidianos o en la convivencia a veces tan difícil como cambiante. Mi querido S. Juan XXIII decía en su Decálogo de la serenidad: “Sólo por hoy me adaptaré a las circunstancias, sin pretender que las circunstancias se adapten todas a mis deseos”. ¡Qué necesario es aprender a hacer esto! Vivir sin cargar al presente con la responsabilidad de responder a mis expectativas y deseos. Relajar las pretensiones y bajar las expectativas, deshace toda rigidez. Y ayuda a adaptarme a la realidad y sus circunstancias. María dice en el Magníficat: “se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humildad de su esclava (…) el Poderoso ha hecho obras grandes en mí”. ¿Permito yo que Dios haga en mí su obra? ¿Me esfuerzo en escuchar, acoger y hacerme disponible a esa obra de Dios que quiere hacer maravillas en mí? Esto sin duda ha de educarse, entrenarse. Pero tenemos un precioso camino por delante, para aprender como María, a volvernos disponibles a Dios y su plan, a dejarnos hacer por Él.

“Dad gracias en toda ocasión: esta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros.
No apaguéis el espíritu, no despreciéis las profecías. Examinadlo todo; quedaos con lo bueno”. Aprender a vivir no con actitud exigente (de consumidor enfadado) sino con actitud del que ha sido bendecido y perdonado, sanado por el Mesías. Aprender a vivir desde la gratitud de quien sabe que todo es gracia y don, que no puedo exigir nada, porque vine al mundo sin nada… y no merezco más que otros que se van también sin nada de aquí. La voluntad de Dios es que demos gracias siempre, dice Pablo, y no se equivoca. Agradecer se convierte en la actitud más propia del creyente que no vive exigiendo ni con rigidez imponiendo lo que ha de pasar… sino que confía, espera y recibe lo que va viniendo, descubriendo en todo a Dios. La otra gran actitud a la que se nos invita es el discernimiento: “examinadlo todo y quedaos con lo bueno”. Por un lado, actitud que filtra y es capaz de analizar, examinar, no ver todo igual. Por otro, capacidad selectiva, que me hace fijarme y quedarme con “lo bueno”, con aquello que me construye y me ayuda a avanzar. Sólo así le damos solidez a la alegría y al gozo del plan de Dios que se realiza en nosotros.

Víctor Chacón, CSsR