“Dios cuida de ti”. Dom. XIX T.O.

 

Elías, el profeta, cansado de su camino por el desierto clama a Dios: «¡Ya es demasiado, Señor! ¡Toma mi vida, pues no soy mejor más que mis padres!». Son la desesperación y el cansancio los que le hacen hablar así. Como solemos decir, “está quemado”. Pero un ángel de Dios se acerca hasta él, le toca y le dice: «Levántate y come, pues el camino que te queda es muy largo». Dios no le deja morir. Le fortalece, repara sus fuerzas, cuida de él. Esta tarea que Dios hace con su pueblo sigue siendo necesaria. Él necesita nuestras manos, nuestra inteligencia y generosidad para seguir calmando, restableciendo, sanando a gente herida y maltratada por la vida y por otras personas. Hay que encontrar las palabras oportunas, ese “levántate y come” que tantos necesitan oír de nuestros labios.

Pero para ser constructores de bien, de paz, hemos de dejar de ser destructores. Por eso Jesús no entra al trapo de aquellos que le critican, que cuestionan su autoridad y su poder. Sólo les dice: “No critiquéis. Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado”. Él lee todo en clave de providencia, voluntad del Padre. Y Él sabe que su Padre desea atraer a todos, salvar a todos (Is 54, 13). Ya que todos son sus hijos, sus criaturas.

Jesús pide la conversión del corazón, para unirse al proyecto del Padre. Por eso Pablo describe oportunamente: “Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo”. Dejar que Dios crezca en nosotros, que domine su gracia, su Espíritu, sus intuiciones. Para pertenecer a la tierra de Dios, hemos de “desterrar” otras pertenencias y no pisar esos suelos malditos, que nos amargan.

Esta nueva vida de creyentes sólo puede hacerse arraigados en Él. Por eso el salmo 33 que hoy rezamos nos invita: “Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Yo consulté al Señor, y me respondió, me libró de todas mis ansias”. La alabanza es aprendizaje en la vida del discípulo de Jesús. No solo buscar de Dios bienes o condiciones favorables de vida, sino reconocer su grandeza, su bondad, su amor… aunque el viento no siempre me sea favorable. La fe no se debilita en la dificultad, antes bien, se fortalece cuando hay amor y sabemos buscarle y apoyarnos en él, como Elías en su bastón por el desierto. Anda, levántate y come tú también, y toma fuerzas para tu camino.

Víctor Chacón Huertas, CssR