Domingo V de Pascua, “Camino que recorrer, verdad que creer, Vida que recibir: Jesús”.

“No nos parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos del servicio de las mesas. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros…”. La comunidad crece y se necesitan ministerios nuevos. Surge la necesidad de la diakonía, de los “servidores” de los pobres y la Palabra. “No se puede descuidar la Palabra”, dice Hechos, porque ella es la que engendra la fe, une a Dios y forma la Iglesia… “La palabra de Dios iba creciendo y en Jerusalén se multiplicaba el número de discípulos”. Ser cristiano es relación con Cristo y con la Palabra de Dios. Religión (del latín religare) significa eso, relación, unión, vínculo… Es bueno y sano que me pregunte: ¿Tengo una relación con Dios -desde mi fe- o un “sistema” mío de prácticas y ritos que me anima y consuela? Y es que se está poniendo de moda un “cristianismo SPA”, que se mezcla con la mentalidad que busca la comunión con la Madre naturaleza, la alineación de los chacras y la paz espiritual… pero lo hace de modo egoísta -sin referencias al prójimo ni a la comunidad- y desencarnado, lejos de todo compromiso con nada ni con nadie. Es un “cristianismo para estar tranquilos”, porque yo me siento muy bien rezando tal o cual cosa, oyendo a tal padre o religiosa que me gusta lo que dice, o visitando tal o cual iglesia donde el Cristo es muy bonito y la música “me llega”. Un cristianismo para disfrutar, que sin que eso sea pecado, lo es la cerrazón al hermano, la dureza de corazón elegida, la falta de compromiso y de sentido cristiano de vocación, de ser-para-los-demás.

Dice la carta de San Pedro: “Vosotros, como piedras vivas entráis en la construcción de una casa espiritual”. Formáis la Iglesia, sois la Iglesia, sacramento de Cristo, presencia de Cristo en el mundo. No os creáis indignos, o no llamados a la misión por vuestra debilidad o poca formación. Pedro lo aclara bien: “sois un linaje elegido, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios para que anunciéis las proezas del que os llamó de las tinieblas a su luz maravillosa”. No debemos olvidar esta clave: tu dignidad, tu valor, la gracia que está en ti desde el Bautismo y que Él renueva en cada sacramento, en cada momento de oración y de caridad que vives.

«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?». Jesús le responde: «Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí». Jesús da la clave -en este gran discurso de la Última cena que Juan nos regala- y que nos presenta el “testamento de Jesús”. Para llegar al Padre no será sino por el camino de Jesús, siguiendo sus huellas, aprendiendo de sus pasos. Con una estrecha relación de amistad, contemplación y escucha del Maestro. “En tiempos recios, amigos fuertes de Dios” decía Santa Teresa de Ávila, creo que a esto nos invita también san Juan. Estrechar lazos con el Amigo, dejarle que se cuele más en nuestra vida, en nuestra cotidianidad, en nuestras decisiones y relaciones.

Víctor Chacón, CSsR