Domingo VI del tiempo ordinario. ASPIRAMOS A LA PLENITUD.

“Si quieres, guardarás los mandamientos y permanecerás fiel a su voluntad. Él te ha puesto delante fuego y agua, extiende tu mano a lo que quieras. Ante los hombres está la vida y la muerte, y a cada uno se le dará lo que prefiera”. El eje de este domingo parte de aquí: la voluntad y, por tanto, la libertad humana. SI QUIERES… guardarás los mandamientos. Extiende tu mano a LO QUE QUIERAS. Porque Dios te va a dar lo que PREFIERAS. Él nos ha dado libertad y la respeta. Nos deja construir nuestra vida. Y está ahí siempre presente por si destruimos algo o nos dañamos. Él tiene un bálsamo poderoso y sabe curar heridas. Somos libres de introducir en nuestra vida actitudes, acciones y hábitos que nos dirigen al bien, que nos beneficien o que nos dañen: fumar o hacer deporte, comer sano o comer cualquier cosa, leer y formarme… o despreocuparme de mi formación; vivir cuidando mis amistades y buscando alguna nueva…o vivir en relaciones viciadas y asimétricas. Hace poco un feligrés me pasaba un vídeo que señalaba esto: tendremos el envejecimiento que deseemos, que construyamos. Suena fuerte, pero es bastante real. Está respaldado por estudios clínicos. Quien afronte su envejecimiento con actitudes derrotistas y pesimistas, probablemente tendrá un final penoso. Quien se cuide, busque su bienestar, introduzca valores nuevos en su vida…lo contrario (podrá llegar a vivir más tiempo -hasta 7 años señalaba el estudio- y con más calidad). Dios nos ha dado el poder -hasta cierto punto- de condicionar nuestro destino, de construirlo. Así que cuidado a lo que eliges, elige bien.

Pablo a los Corintios les alienta así: “«Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman». Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu; pues el Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios”. Vivimos sostenidos por esta promesa futura de algo increíble y gozoso, que llamamos “Cielo”, pero que -ayudados por el Espíritu- bien puede empezar aquí en la tierra. Ojalá busquemos ser hombres y mujeres del Espíritu, espirituales. No rancios ni bobalicones, no indiferentes a las cosas de este mundo. Sino personas con otra mirada y otra profundidad. Que saben leer todo desde Dios, con calma, con sabiduría, sin dejarse llevar por la pasión del instante, por lo último, por lo de moda… sino con el alma serena discernir y gozar en medio de cada situación, sabiendo que todo está en sus manos. Esto también se construye, también supone una opción de reservarnos un tiempo y un lugar, para que Dios vaya entrando en nosotros y tomando posesión de “lo que es suyo”.

Me quedo con una frase de Jesús que hoy resume todo. La clave de esto que decimos: “No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud”. Jesús no viene a romper con el pasado ni con la obra de salvación que su Padre había hecho ya con su pueblo a través de profetas y reyes y líderes llamados por Él. Él no viene a cambiar la Ley sino a darle plenitud y cumplimiento. A llevarla a su verdadero sentido y expresión. Y a cambiarnos la mirada obsesiva por una mirada agradecida (“si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino”). Hemos de pasar de la obsesión por el cumplimiento, de esa neurosis, a una vida que pone a Dios en el centro y -en diálogo con Él- decide todo, despliega posibilidades, hace opciones valientes. La ética cristiana no es una “ética de mínimos”. Esto es lo que se lleva en nuestras sociedades pluralistas y de consensos, buscar el mínimo común para “cumplir el expediente” y no quedar mal u ofender a nadie. La ética cristiana es ética de máximos, busca la vivencia radical y entregada a aquello que se ama, sin medida ni cálculo. No se detiene en cumplir la ley, sino que busca una justicia mayor, un bien mayor. Por eso no tolera el insulto al hermano, el cosificar a otra persona desde el propio deseo, o el camino del odio y rencor al otro.

Nos toca creernos que a la exigencia de la Ley se añade la gracia con Jesús, y ésta lo cambia todo. Porque lleva la motivación de nuestra vida al terreno del amor, gratuito, eterno y desinteresado. Ojalá caminemos por aquí, sin olvidar ni anular la ley que nos guía.

 

Víctor Chacón, CSsR