Domingo XIII del Tiempo Ordinario

 

El libro de la Sabiduría no nos deja caer en catastrofismos ni depresiones: “Dios no hizo la muerte ni se complace destruyendo a los vivos. Él todo lo creó para que subsistiera y las criaturas del mundo son saludables: no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo reina en la tierra”. Dios hizo las cosas buenas, a todos los seres buenos y para el bien. No caben discursos apocalipticistas ni sensacionalistas.

Con el salmo 29 pedimos a Dios ayuda diciendo: “Señor, socórreme. Cambiaste mi luto en danzas. Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre”. Es petición de ayuda y reconocimiento a la vez, gratitud. Ayúdame como ya lo has hecho otras veces.

El Evangelio de hoy es peculiar. La curación/reanimación de una niña de 12 años a la que daban por muerta. Las palabras de Jesús se conservan con toda su fuerza en el arameo tradicional: «Talitha qumi» (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»). ¡Levántate! Jesús no tiene miedo ni acercarse ni de tocar a un muerto. Cosa llamativa en la época, pues quien lo tocaba se consideraba contaminado e impuro. No es solo una curación lo que ocurre, sino una revelación de su gloria y poder. Lo hace delante de su círculo más íntimo: Pedro, Santiago y Juan. Delante de estos tres se transfigura en el Tabor, y delante de ellos ocurre la agonía de Getsemaní. Ahora, los mismos tres discípulos y amigos, ven a Jesús actuando con toda su fuerza y gloria. Su Palabra vivifica, su Palabra, reanima a la niña. Es una “palabra performativa” que ejecuta lo que dice al instante. No son palabras vanas, sino eficaces. Que actúan, sanan, bendicen… seria bueno que yo analizase también mis palabras, ¿son como las de Jesús? ¿Son palabras eficaces que actúan, obran, bendicen? ¿O son palabras amables, que me hacen quedar bien, pero cambian poco o nada? ¿O no son ni tan siquiera amables…?

Corintios nos da otra clave: “Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza. Pues no se trata de aliviar a otros, pasando vosotros estrecheces; se trata de igualar. En este momento, vuestra abundancia remedia su carencia”. Nos podemos valorar como ricos o pobres… mirar siempre a lo que nos falta o lo mucho que poseemos y somos, como una gracia y bendición recibida. Una mirada me empuja a la tacañería, la otra a la generosidad, a compartir lo que soy y tengo con otros. Seguimos a un Jesús que se hizo pobre para enriquecernos… nos toca seguirle también en esto. ¿Qué tengo yo que pueda compartir con otros? ¿Mis bienes? ¿Mi tiempo? ¿Mis dones? El cristiano es aquel que vive dando y dándose… nunca acaparando, nunca cerrado, nunca en el hermetismo.

Víctor Chacón, CSsR