Domingo XIV del tiempo ordinario. Guiados por el Espíritu, caminar en debilidad y gozo.

“¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?». Y se escandalizaban a cuenta de él”. El evangelio de Marcos de este domingo nos pone ante este prejuicio (creer conocer a Jesús y sus orígenes) que cerró a la fe y a la actuación de la gracia a muchos en su tiempo. A otros muchos otros los cierra hoy a la fe muchos otros prejuicios más o menos fundados sobre la fe y la Iglesia, y la gente religiosa. Vivimos en la época de la comunicación más rápida, pero sigue habiendo mucha desinformación y muchos prejuicios. Poca formación y pocos medios que presenten los hechos con cierta objetividad (ni civiles ni eclesiales).

No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se admiraba de su falta de fe. Uno de los grandes temas del evangelio de Marcos es este, la apistía. La ausencia de fe o falta de fe. Sin fe Jesús no actúa. Los milagros no tienen sentido sin fe, sin una apertura a Dios que permita entender su actuación, su poder, su gracia obrando. Sin fe se buscarían mil explicaciones complicadas y se atribuiría su actuación hasta a Satanás, como ya hicieron sus coetáneos.

El reto de un creyente en este mundo está en no pretender grandezas o perfección propias del cielo, sino saber caminar en medio de sombras hacia la luz, en medio de la propia debilidad hacia la Fortaleza y Salvación de Cristo. Pablo lo formula de manera genial en su carta:

“Para que no me engría, se me ha dado una espina en la carne: un emisario de Satanás que me abofetea, para que no me engría. Por ello, tres veces le he pedido al Señor que lo apartase de mí y me ha respondido: «Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad»”. Pablo tiene “una espina en su carne” que le abofetea, le incomoda y no le permite volverse soberbio. Tiene que caminar con esa “espina” en su vida, ha tenido que aprender a sentirla como compañera de camino. Sin hacer mucho drama. Esa espina, esa debilidad, evita otros males mayores: caer en la soberbia, creerse autosuficiente, todopoderoso… Un Pablo así, haría más mal que bien. Alejaría a muchos de la fe, podría llegar a ser un tirano o un déspota, demasiado cargado de seguridad en sí mismo. La espina que tiene está muy bien puesta. ¿Cuál es tu espina? ¿Por qué crees que la permite Dios?

“El espíritu entró en mí, me puso en pie, y oí que me decía: «Hijo de hombre, yo te envío a los hijos de Israel”. Estamos llamados a redescubrir que nuestra fe es profética, que nos bautizaron en la pila como “sacerdotes, profetas y reyes” en el nombre de la Trinidad, marcados por el ejemplo de Cristo. Hemos sido ungidos para dejarnos llevar por el Espíritu, no para trazar un plan perfecto y glorioso de vida y triunfos. Sino para “dejarnos hacer por Dios”, “dejarnos mover y llevar por su Espíritu”, como Ezequiel. Os invito a meditar esto esta semana. Abandonar planes de perfección y éxito, aprender a rastrear el Espíritu, reconciliarme con mis espinas y descubrir hasta lo bueno que me traen de parte de Dios.

Víctor Chacón, CSsR