El corazón de Dios es misericordia y aceptación. Domingo XXXI del T. O.

 

Para aquellos que piensan que el Antiguo Testamento da una imagen de un Dios frío, distante y severo, más amante de las Leyes que de las personas, les conviene leer la primera lectura de hoy despacio. No hay joya mejor engarzada que hable mejor del corazón misericordioso del Padre en todo el Antiguo Testamento. Y está al nivel de las parábolas de la misericordia de Lucas. Es de una ternura sin límites: “Te compadeces de todos, porque todo lo puedes y pasas por alto los pecados de los hombres para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste; pues, si odiaras algo, no lo habrías creado. ¿Cómo subsistiría algo, si tú no lo quisieras?”. Todo lo creado es bueno. No hay nada malo en nuestra condición primigenia. La vida es buena y así fue pensada por Dios. El ser humano es bueno y así fue concebido. Todos los pesimistas, los agoreros de maldad, los que solo ven pecado y corrupción en la naturaleza humana, deben confrontarse bien y revisar su postura. Ya que la Palabra de Dios no les da la razón, sino que más bien se la quita.

El salmo 144 profundiza aún más en esta línea: “El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas. (…) El Señor sostiene a los que van a caer, endereza a los que ya se doblan”. Es la compasión lo que define a Dios y lo que nos salva. No nuestras obras, no nuestras oraciones, no nuestros esfuerzos. “Para que nadie se engría” dice San Pablo en una de sus cartas. Las obras buenas, las oraciones y los esfuerzos tienen sentido solo después de saber que somos salvados por Dios como acto de gratitud, pero no como pago a Dios con el que siempre estaremos muy en deuda. Pensar en “corresponder a Dios” es demasiado atrevido y poco humilde. Mejor acepta y acoge la salvación que Él te da, gratuitamente, sin tú merecerla, sin haber hecho nada para ganártela. Él es así. Le puede la generosidad, la misericordia, la ternura…no sabe hacer otra cosa que amar y perdonar a sus hijos, a sus criaturas. Una y mil millones de veces si hicieran falta.

Vayamos al evangelio de Lucas. Es curioso Zaqueo era jefe de publicanos, de pecadores, estaba negativamente señalado. Pesaba sobre él una mancha. Y, sin embargo, su nombre significa “el puro, el inocente”. Lucas nos está queriendo decir algo. No es tan malo como su etiqueta, sufre una crítica injusta. Segundo matiz lucano, Zaqueo “buscaba ver a Jesús”, es un hombre que está a la búsqueda, que tiene un deseo grande de encontrarse con él. Algo faltaba a su vida, algo le hace hambrear lo auténtico, lo sincero, lo valioso… demasiadas decepciones y sinsabores, y eso que “era rico”. Tercer matiz interesante: “hoy es preciso que vaya y me aloje en tu casa”. Jesús remarca mucho la necesidad y la urgencia. Hay una estrategia de salvación, un plan para actuar en la vida de Zaqueo. Jesús “le echa morro” y se cuela en su casa, se autoinvita. Y le sale bien. Zaqueo le abre las puertas de su casa “con gozo” dice Lucas. Y es que la presencia de Dios solo puede alegrar el corazón del hombre (habría que contrastar con el joven rico que “se marchó triste” después de rechazar la invitación de Jesús).

Mientras “la gente murmuraba” de Zaqueo y de Jesús por ir a casa de un pecador, Zaqueo es aceptado por Jesús, es amado, y esto provoca su conversión, sus deseos de cambio. Ha ocurrido un milagro y Zaqueo desea devolver y restituir todo lo que se quedó o defraudó de algún modo. La Iglesia está llamada a ser esto en el mundo: lugar de acogida universal para todos los rechazados, excluidos, apartados, lugar donde se sientan en casa, amados, arropados, acogidos… lugar donde -si tienen algo que cambiar en sus vidas- se sientan seguros y valientes para hacerlo, porque han sido amados. Porque nadie les juzgó ni etiquetó, porque fueron sobre todo aceptados. ¿Nos atrevemos a intentarlo? Desde la escucha y la aceptación todo es posible. Sin ella… no llegaremos muy lejos.

Puede ser muy luminosa la oración que emplean en Alcohólicos Anónimos y que tiene una sana teología y antropología, donde no podemos todo, pero Dios nos ayuda: “Dios concédenos la serenidad para aceptar todo lo que no podemos cambiar, valor para cambiar lo que podemos, y la sabiduría para reconocer la diferencia”.

Víctor Chacón, CSsR