“EL DIOS DEL SUSURRO Y LA BRISA”. 13 de Agosto, Domingo XIX del Tiempo Ordinario

“Después del fuego, el susurro de una brisa suave. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se mantuvo en pie a la entrada de la cueva”. El profeta Elías da en la clave narrándonos estos hechos. Está en el Horeb, el monte de Dios. Espera la manifestación de Dios. Está atento a cualquier cosa. Y aunque ocurren fenómenos espectaculares: huracán, terremoto, fuego… en nada de eso intuye a Dios el profeta. Solo supo que estaba en presencia de Dios cuando oyó el susurro de una brisa suave… Ya dice Lucas en su Evangelio: «Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida». Importante no desalentarnos ni dejarnos llevar por el pánico pensando que el fin del mundo está cerca o que Dios está hablando y pidiendo cosas a través de cualquier fenómeno espectacular, epidemia o catástrofe. Ahí no está Dios. Dios está cuando los humanos nos remangamos y vamos a ayudar en la catástrofe, reconstruir la ciudad asolada, cargar heridos o limpiar los destrozos de la tormenta. Ahí sí está Dios, calladito, silencioso, con la escoba, o el volante, o los puntos de sutura… lo que haga falta.

El Evangelio de este domingo nos amonesta con esta frase preciosa y sencilla: “después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo”. Jesús en su soledad con el Padre. En intimidad preciosa. Hablando y callando en su corazón para oír mejor lo que el Padre pedía de Él. Sorprende y edifica, saber de estos momentos del maestro. No todo eran signos espectaculares, curaciones o milagros. La vida de Jesús tuvo mucho de silencio y soledad hasta el final, hasta la cruz. Pobre Jesús, hasta en eso quiso identificarse con nosotros. No dejó nada fuera de su corazón.

Jesús caminando sobre las aguas les dijo enseguida: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!». Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua». ¡Ay Pedrito, qué atrevido eres! Y se lanzó al mar caminando hacia el Maestro. Pero la fe le falló y se tambaleó. Quizás dejó de mirar a Jesús y quiso verse a sí mismo radiante sobre las aguas… y apartar la vista del que nos sostiene no es cosa inteligente. A veces también nosotros dejamos de mirar y acudir adonde nos conviene, al Señor… y así nos va tantas veces, nada más que regular. Caminar hacia Jesús, y caminar mirando a Jesús, y caminar desde Jesús, desde su vida. Así si es más difícil hundirse, el Evangelio en la mano será un buen salvavidas.

Víctor Chacón, CSsR