“El otro español”

Las nuevas generaciones son un prodigio en los idiomas. Hoy en día, en el mismo colegio o escuela, los niños estudian inglés y francés, además del hermoso idioma de Cervantes y Santa Teresa de Jesús. En la facultad, hasta puedes elegir italiano o alemán, para mejorar tu currículum y, de paso, aumentar las posibilidades de ir un año de Erasmus a estudiar al extranjero.

Los niños de pre-escolar (o como quiera que se llame hoy) te saben contar en inglés: “guan, chú, zrí, for, faif, six…”. Pero, al mismo tiempo, asistimos a un fenómeno descorazonador: las actuales generaciones utilizan un castellano limitado y deficiente. Dicen que es por culpa de las nuevas tecnologias. Por un lado es consecuencia de tantas horas de ordenador, donde los usuarios aprenden códigos informáticos que reducen mucho el vocavulario. Por otro están los teléfonos móviles, esos aparatos que han inventado para comuncarse y con los que los muchachos se envían mensajes con abreviaturas de lo más original: “Hla. Toy n la parro. Kedmos est tard. T exo d-. Abrs”.

Pero no olvidemos que el “nuestro” no es el único español del mundo. El pasado verano tuve la oportunidad de pasar mes y medio en la misión de Honduras, de la que los lectores ya tienen noticia. Allí, como ya saben, se habla español. todos los que vamos allá pensamos que va a ser muy fácil comunicarnos. Pero no, amigos. Allí se habla otro español. En muchas ocasiones, aunque uno casi no se da cuenta, parece que nos encontramos hablando idiomas diferentes.

Aprendiendo a hablar

Es entonces cuando uno comprende que siempre hay que estar aprendiendo, y que ir a otras latitudes exige conocer el lenguaje de otras gentes. Allá, en Honduras, las puertas no se abren “tirando”, sino “halando” (que se dice “jalando”). Traer es llevar; chapear es cortar el césped y limpiarlo de malas hierbas. Yo, que vivo en Vigo, estaba contentísimo porque veía que de cada cinco casas, dos eran una “pulpería”. Pero en ninguna pulpería había pulpo. Y además, si son pequeñas, estas tiendas con comestibles y bebidas (nuestros antiguos ultramarinos, ¿se acuerdan?) también se llaman “truchas”… pero tampoco tienen truchas.

En el caso de algunas palabras, el contenido es de lo más gracioso, porque tener una “llantera” no tiene nada que ver con lágrimas o tristeza, sino con el cambio de las ruedas de un coche. Como hace tatno calor, los “churros” son las bolsas de patatas para picar entre horas. Si te ponen un “esquela” no significa que estás muerto (¡gracias a Dios!), sino que te han puesto una multa de tráfico. En ese país maravilloso de calor intenso los “zipotes” son niños y el “pisto” no es una comida, sino el dinero contante y sonante.

Por las telenovelas, muchos de nuestros lectores ya saben que un “carro” es un coche… aunque aún no sé qué palabra utilizan para hablar de los carros tirados por animales. Se me olvidó preguntarlo. También sucedió que alguien me dijo: “Padre, mi hijo tiene los pies tan grandes que podría dormir parado”. Ante semejante descubrimiento científico, respondí: “Pues claro que puede dormir parado. ¿Acaso se puede dormir corriendo?”. “No, padre” -me dijo la interlocutora, de piel morenita y sonrisa fresca- “parado es lo contrario de sentado”. Y ya ven, ahora entiendo sus caras de perplejidad cuando íbamos caminando y les decía: “Vamos a pararnos un momento”.

Dificultad añadida para los lugareños son nuestras muletillas. Yo pertenezco a esa franja de edad que dice constantemente: “venga, venga”. Ese “venga” sirve para despedirse, cortar una conversación, responder afirmativamente a una invitación, etc. Mil significados. pero en Honduras era un riesgo: cada vez que decía “venga”, alguien se venía detrás de mí o me preguntaba que a dónde íbamos.

El español que se habla en Latinoamérica es, sin duda, “otro español”. Siempre hay que estar aprendiendo. Es cierto que visitar otro país implica conocer una nueva cultura y una nueva concepción de la vida;pero que nadie se lleve el engaño: también es aprender de nuevo a comunicarnos. Ahora bien, para comunicarnos en otro idioma, siempre es importante dominar, al menos, el propio.

P. Laureano Del Otero, CSsR