Entregarlo todo hasta no tener nada. VIERNES SANTO

 

“Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho”, son las palabras de Isaías, el cuarto cántico del Siervo de Yahvé que abren el Viernes Santo. Sorprenden. Y cuestionan. Sobre todo porque sabemos lo que vendrá después. ¿Qué quiere decir “tener éxito”? ¿Qué significa “subir” y “crecer” en esta vida nuestra? Isaías opina diferente a muchos de nuestros contemporáneos: que tener éxito no es tener mucho dinero y muchos placeres sino ser capaz de “soportar sufrimientos y aguantar nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado”. “Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron”. Cristo es este Siervo Bueno del Padre Misericordioso que es capaz de sufrir en lugar de otros, que es capaz de sacrificarse a sí mismo para que otros estén bien, que es capaz de quitarse lo mejor para darlo a otros. En este momento de su vida Jesús ya no predica, ya no habla, sus acciones hablan por él: “como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca”. No acusa, no grita “injusticia”, no pide venganza, ni se enfrenta violentamente a nadie… Asume la postura dificilísima de la oposición no violenta. Encaja sobre sí los golpes, para evitar que la violencia siga, para parar su espiral de muerte.

La posición vicaria. Hemos olvidado este razonamiento y esta actitud que se daba en los sacrificios rituales antiguos. Pero es que ya hasta la misma palabra “sacrificio” nos resulta incomprensible, la hemos alejado de nuestro vocabulario y de nuestra vida. Muchos jamás piensan que deban sacrificarse por nada y por nadie, tal vez ni por sí mismos son capaces de hacerlo. Y siento deciros que ningún amor es pleno si no está dispuesto a sacrificarse, a negarse a sí mismo en algún momento. La posición vicaria era la que asumía la víctima expiatoria en estos ritos: se ofrecía la vida de un animal pidiendo perdón a los dioses, buscando alabarles con esa ofrenda. La víctima paga en lugar de aquel que hizo el mal y que busca estar en paz con los dioses. Estos ritos también se hacían en el Antiguo Israel y Jesús los conoció en el Templo de Jerusalén y seguro que en otras sinagogas. La sustitución vicaria es esa postura extrema y generosa de aquellos que están dispuestos a entregar la vida, a morir, en lugar de otros: Lo hizo Maximiliano Kolbe y tantos otros mártires y santos. Dieron su vida para salvar a otros. Pagaron con su sangre por cumplir el castigo destinado a otros. Jesús no merecía morir, su vida no había hecho daño a NADIE. Absolutamente a nadie. Y sin embargo paga con su vida y con su sangre en la cruz.

La nota definitiva y que cambia todo está no solo en la inocencia de Jesús, al que apenas pueden hallar culpable de nada (le acusan finalmente de blasfemia, por decir que era Hijo de Dios, que “Dios es su padre”). Lo extraordinario viene de que quien entrega la vida, su vida, y muere en la Cruz es el Mesías, el Hijo amado de Dios. Y Él no entrega su vida aisladamente por unos pocos, sino que muere dándose por entero, por “los muchos”, por todos aquellos que quieran acoger el perdón y el amor sin límites del Padre. Como dice Hebreos: “No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades”. Él es el Hijo del Compasivo, y por ello solo sabe compadecerse, acompañar, asistir a quien sufre. No deja solo a nadie. A todos anima a ponerse en las manos providentes de Dios como Él mismo hizo: “A tus manos Padre, encomiendo mi espíritu”. Es la oración del Hijo en el mayor momento de dolor, esa oración nos puede dar mucho consuelo y paz si la rezamos poniendo el corazón y la fe al decirla.

Víctor Chacón, CSsR