“Estad atentos, ¡vigilad!”, Dom. I de Adviento

Comenzamos el Adviento, tiempo gozoso de espera y preparación. Para que la Navidad pueda ser nuevamente vivida y celebrada, antes debe ser preparada. De otro modo caeremos en la tentación de “consumirla” entre sus rutinas y el fastidio por no cumplir las tradiciones normales en otros años. Por eso la clave está no en la fiesta sino en el Dios que viene a nosotros. Así el profeta Isaías señala: “Jamás se oyó ni se escuchó, ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por quien espera en él”. Es un Dios que nos sorprende y desborda. Creemos conocerle, pero Él es imprevisible, creativo y dinámico.

Ahí es donde cobra pleno sentido la invitación de Jesús en el evangelio de Marcos: “Estad atentos, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento”. Y enuncia la parábola del señor que marcha al extranjero y deja su casa en manos de sus criados, dándole autoridad (confiando) en ellos. La clave de tensión de la parábola es el imprevisible regreso del dueño de la casa. Ya que puede suceder en cualquier momento se requiere una disposición constante. No cabe relajarse o abandonar la propia misión pensando que el jefe tardará en venir… es una cuestión de honestidad y fidelidad.

Se entiende mejor esta parábola cuando la contextualizamos. En el siguiente capítulo de Marcos (Mc 14) inicia el relato de la Pasión del Señor. La siguiente vez que Jesús pedirá a sus amigos que vigilen y velen será en Getsemaní, con estas palabras: “Mi alma está triste hasta el punto de morir, quedaos aquí y velad” (14, 34). ¿Lo hicieron? No. Esto es lo dramático. Jesús les ha abierto su alma, su sentimiento de tristeza y la necesidad de su oración, y ellos se durmieron dejándole aún más solo. Moraleja: cuando yo no estoy atento, alguien sufre. Por ello las palabras del salmo de hoy (79) tienen que ser repetidas como un mantra por los cristianos: “No nos alejaremos de ti: danos vida, para que invoquemos tu nombre”. Repetirlas y hacerlas vida es la tarea. Porque también Pedro le había dicho al Señor: “Señor adónde iremos, solo tú tienes palabras de vida eterna” y después…

La atención a la que llama Jesús no es un simple temor al Juicio o al final, ni una preocupación por la propia salvación/santidad. Sino un “estar atentos a la misión encomendada”. Que seamos capaces de preguntarnos: ¿alguien necesita de mí? ¿Alguien pide mi ayuda aún sin palabras? ¿Dónde me necesitas, Señor? He visto a bastantes personas que, en horas bajas, consumidos por sus propios problemas, preocupaciones, tristezas… ayudando a otros han encontrado una preciosa vía de salida y redención de su dolor. Ayudar a otros nos ayuda. Ya vale de tener esa actitud infantil de portarse bien solo cuando el profe está mirando… o el dueño de la casa va a regresar. Siempre, cada día, a cada momento, deseo vivir mi existencia ante Dios y hacia mis hermanos. Lo demás es vanidad.

Víctor Chacón, CSsR