“María, Santuario de Dios”. Solemnidad de la Asunción de María.

 

Inicia en esta fiesta grande el Apocalipsis diciendo: “Se abrió en el cielo el santuario de Dios, y apareció en su santuario el arca de su alianza”. Es una imagen grandiosa, la del arca de Alianza que contiene las tablas de la Ley. El pacto hecho por Dios con su pueblo. Él los protegerá y acompañará siempre, no importa lo que se tuerzan las cosas y las muchas veces que de Él se aparten, tal y como finalmente fue. Ese pacto, esa Alianza, se renueva en María. Ella es el Arca de la Nueva Alianza, que Dios hace con la humanidad a través de la Encarnación de su Hijo Jesucristo. María es testigo privilegiada, ella se convierte en el nuevo santuario donde el ser humano y Dios se encuentran, se conocen y se aman. Ella nos facilita el acceso a Dios.

Los santuarios han sido desde hace miles de años lugares de peregrinación, de encuentro de personas, de devoción y de súplica en muchas situaciones difíciles (pensemos en Lourdes, Fátima, Santiago de Compostela… por nombrar solo algunos). Pero los santuarios son sobre todo lugares donde crece y se alimenta el ser. Nuestro “ser” no solo como creyentes, sino como seres humanos, seres que simplemente “son”. En María, vista así, como nuevo Santuario de encuentro con Dios, se dan a la perfección las propiedades que los grandes teólogos predicaban del Ser divino: Unum, Bonum, Verum, Pulchrum (Unidad, bondad, verdad y belleza). De hecho las lecturas de hoy así lo muestran.

– María es mujer que vive la Unidad, que vive integrada. Profundamente unida a Dios, a su plan salvador, a su voluntad. No lucha ni pelea contra su plan sino que lo acepta y hace suyo. Acepta con su “hágase” la nueva identidad y misión que Dios le otorga. No vive escindida, dispersa o volcada en múltiples intereses. Solo Dios basta. Y una persona así de íntegra y sana en sí misma, puede sanar a los demás, puede iluminar y desborda la luz recibida de Dios.

– Bondad. María fue ante todo una “mujer buena”, bondadosa, en toda la hondura del término. Sus gestos, sus palabras, sus actitudes reflejaban la bondad de Dios que vivía y respiraba. Aun en las muchas contrariedades de su vida (Huida a Egipto, rechazo de Jesús y la Cruz) supo confiar y dejar todo en manos de Dios.

– Verdad. En su mirada solo había verdad. Fulminante y transparente. Qué alegría encontrar unos ojos así, que difícil de mirar para los que andamos siempre ocultando algo, disimulando, adornando los hechos. Ella no. Su ser se opone al Maligno, que es por definición el “Mentiroso, el padre de la mentira”, así lo define la Palabra de Dios. En María solo había verdad, sencilla, sobria y auténtica.

– Belleza. “Prendado está el Rey de tu belleza” hemos rezado. ¿Y cómo no iba a ser cierto esto en María? Toda ella es hermosa, por fuera y por dentro. Sus gestos y palabras, su dulzura natural, su estilo gracioso de hablar, de reír, de compadecerse. ¿Por qué hay tantas imágenes diferentes de María? Hay tantas como conceptos de belleza en cada cultura y en cada tiempo. Esa es la cuestión. Me encanta esta imagen que acompaña al texto, la Virgen Blanca de Toledo, una preciosa escultura gótica.

Por último, el canto de María, su Magníficat. Expresa a María como mujer de la alabanza, del agradecimiento, del Espíritu. “El Señor hizo en mí maravillas, gloria al Señor”. Lo que en otras personas fácilmente se torna en soberbia (las obras grandes de las que ella es testigo  y protagonista), en su caso son motivo de gratitud y alabanza. Las atribuye a Dios.

Víctor Chacón, CSsR