Misión Perm Selvaalta 2011

≡ 2011: UN AÑO MÁS EN LA SELVA ALTA

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Buenas tardes en Perú o buenas noches en España. Te pongo unas letras después de un mes de estancia en estas tierras de la Selva Alta, en el departamento Amazonas de Perú.

Te cuento que acabo de llegar de visitar algunos de los caseríos más alejados del centro parroquial. Eso está a no sé cuántos kilómetros. Aquí las distancias se miden por horas de camino, barro y agua. Entonces: a muchos kilómetros. La última salida ha sido de cuatro días. Acabo de llegar a Pedro Ruiz, un pueblo más grande que Pomacochas,  donde funciona internet, aunque muy lentamente.  Me duelen las piernas porque la última caminata ha sido de siete horas. Pero este dolor de piernas se pasa; espero que no dure tanto como el resfriado que llevo encima. Ya tengo fuerza en las piernas, que al principio era peor.

¿Qué hago en esos caseríos de la selva alta? Pues poca cosa, la verdad: estoy con la gente; apoyo la labor de los catequistas; celebro la eucaristía; escucho a la gente, a veces en confesión; preparo a los animadores de las asambleas, que trato de poner en marcha en todos los caseríos; formo un grupo juvenil, de adolescentes más bien, allí donde es posible; como el arroz que me ponen, pero poco… Y me voy con la música a otra parte. Ellos dicen:

    • Vuelva otro año, padrecito. No se olvide de nosotros…

Yo sonrío y no digo nada, porque lo más probable es que no vuelva nunca. Y así en un caserío y en otro.

Poca cosa, es cierto. Mi aportación no es mucha. Pero yo me siento feliz de haber compartido la fe con estos hombres y mujeres llegados de la costa del Pacífico en busca de una tierra más fértil que la que abandonaron; personas sencillas y pobres en conocimientos académicos pero rica en vivencias y en fe. Yo soy el que sale ganando en el intercambio. Me decía el catequista de un caserío que se llama La Unión,  mientras caminábamos:

    • Yo no terminé la secundaria, pero los demás que viven en La Unión, no han terminado la primaria. Leemos mal y escribimos peor. Pero sabemos suficiente para leer la Palabra de Dios. Eso nos da un gran consuelo. La Palabra nos sostiene en la fe.

Y mientras yo hacía lo posible para no maldecir por el peso de mi mochila, él me contaba que en su caserío eran todos católicos y que no había nazarenos  ni de otras sectas, porque ellos eran fieles a Dios. De vez en cuando  este catequista, que lleva por nombre Liberato, se ofrecía a llevarme la mochila, pero yo, orgulloso como un conquistador de los de antes me negaba, con aires de superioridad:

    • ¡Qué dices…! No me pesa nada. La mochila es como mi segunda piel

Pero si hubiese sido más humilde, ahora no me dolerían las piernas; que las llevo a rastras. El otro compañero, el padre Alfonso, se queda en la sede parroquial, trabajando en otras tareas pastorales, igualmente necesarias. Quizás nuestra mayor aportación a esta parroquia, san Lucas de Pomacochas, es la formación de líderes y catequistas. Semanas de formación que se repiten cada año, confiando que no es inútil este esfuerzo y este tiempo empleado al venir aquí. Los catequistas celebran la palabra y los animadores, sostienen las asambleas familiares. Celebración y formación son los ejes de nuestro trabajo.

Bueno pues eso es todo. Dentro de pocos días dejaré estas alturas andinas y me iré a ver a mi madre, que si no me deshereda. Pero antes pasaré por Lima para gastar unos euros en artesanía y por hacer  el “rastrillo solidario” como cada Navidad.

Tal vez haya suerte y no se corte internet antes de enviarte estas letras.

Con todo cariño desde esta Selva Alta del departamento Amazonas.

Arsenio Díez, CSsR