“PARA QUE, CREYENDO, TENGÁIS VIDA EN SU NOMBRE” Dom. II Pascua

 

Necesitamos ideales nobles a los que aspirar, sin ellos la vida sería caprichosa e iría a la
deriva movida por nuestros estados de ánimo, seríamos presos de las circunstancias. Hoy,
Hechos de los apóstoles, libro pascual por antonomasia, nos presenta la situación ideal de la
comunidad primitiva: “El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma:
nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común”. Hay que
procesar y entender bien estas palabras.

Aristóteles, dijo en su Ética a Nicómaco que “entre amigos todo es común”. Era la
mentalidad griega común de aquel tiempo. La confianza, la cercanía hace que los amigos se
ayuden y compartan cuanto son y cuanto tienen. ¿Cuánto más no habrían de hacerlo los
seguidores de Cristo que se llaman entre sí “hermanos” y, por tanto, se consideran familia?
Se mezclan tres ideales enormes en estos versículos de Hechos: 1. El ideal de la comunión
de los diversos, “el corazón y el alma de los creyentes era único”. 2. El ideal de la propiedad
compartida y la mutua ayuda: “nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, lo poseían
todo en común”. 3. El ideal del servicio común a los pobres, “entre ellos no había ningún
indigente” y “repartían a cada uno según su necesidad”. Estos ideales tan fuertes y radicales
son vividos en la pequeña comunidad de Jerusalén, no sabemos por cuanto tiempo. Marcan
bien las claves cristianas del despojo o desposesión, huida del materialismo, y búsqueda de
una solidaridad que cree una mayor justicia social. Conviene destacar que las ayudas de los
cristianos no son “subsidios indiscriminados” sino que se adecúan a las personas y a sus
carencias, “a cada cual según su necesidad”. Me alegra constatar que hoy Caritas en
muchos lugares trabaja en esa profunda línea de ayudar y capacitar a las personas, y busca
no instalarlas en una dependencia de las ayudas.

Aunque el tema económico es asunto delicado y para muchos “sagrado” está bien que esta
lectura nos devuelva a pensar concretamente nuestra solidaridad con quienes menos tienen y
nuestra colaboración en sostener nuestras comunidades (templos, proyectos, personas
profesionales que trabajen haciendo lo que otros no pueden y no saben, etc.). En las
primeras comunidades tenían muy claro que la koinonía (comunión) requería hacer
sacrificios por los hermanos. Esto último sigue por asumir en la vida de muchos cristianos,
comunidades y pastores. Mayor búsqueda de solidaridad y colaboración, desde la
transparencia y el testimonio. Pero creo sinceramente que vamos dando pasos hacia ello,
estamos en camino.

Pero el verdadero desafío de este pasaje de Hechos me parece el de aprender a tener “un
mismo corazón y una misma alma”. Esto es, sentir como hermano mío a otros que no
piensan ni actúan como yo y que no son de mi comunidad concreta, aunque sigan a Cristo.
La Iglesia católica posee una enorme, insisto ENORME, plasticidad y pluralidad. Ésa es su
fortaleza y ésa es su debilidad. Necesitamos seguir aprendiendo a ser familia de discípulos,
hermanos que siguen oyendo del resucitado “Paz a vosotros” que incrédulos como Tomás
siguen tocando las llagas de un mundo herido, y siguen recibiendo el soplo de Cristo, su
Espíritu renovador y reconciliador: “a quienes perdonéis los pecados, les quedan
personados”. Pues como dice Juan en su evangelio, “estos hechos fueron escritos para que
creáis que Jesús es el Mesías, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre”. Y una vida
que estamos llamados y urgidos -desde Jesús- a compartir.

Víctor Chacón, CSsR