Pensar como Dios, con fuego en las entrañas. Domingo XXII del T. O.

El profeta Jeremías da una clave interesante contra toda idealización de la vida de fe. Hasta él vive el rechazo y la dificultad de creer y trabajar para Dios: «No lo recordaré; no volveré a hablar en su nombre»; pero había en mis entrañas como fuego, algo ardiente encerrado en mis huesos. Yo intentaba sofocarlo, y no podía.

A veces, ¡hasta el profeta preferiría no creer y no tener que hablar en nombre de Dios! Le toca decir palabras complicadas, jugarse la piel, enfrentarse al pueblo… ¡qué sencillo sería no creer, no preocuparse por nadie, vivir una vida superficial e insulsa: comer, dormir, trabajar, buscar placer… lo que todo el mundo hace! Pero no, llegó la fe y la presencia rotunda de Dios a complicarnos la vida a Jeremías y a nosotros. Y es bueno que lo aceptemos así. La fe supone un desafío, un reto de crecimiento continuo, o no es fe. La fe nos tensiona hacia Dios y sus cosas y nos saca de nuestro mundo y las suyas… Nos invita a trascender (del latín trans- scando, “ir más allá”). Creer es subir una montaña y eso es fatiga, esfuerzo y sacrificio… que se verá recompensado en cuanto llenemos los pulmones y tengamos una vista panorámica del entorno. Ahí dejaremos de protestar por haber subido tanto o por el camino, el camino habrá merecido la pena.

San Pablo da a los romanos una clave interesante: vuestra vida es una ofrenda a Dios, mirad pues la ofrenda que estáis haciendo. “Presentad vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios; este es vuestro culto”. Y la clave principal para dar un auténtico culto la pone Pablo en esto: “no os amoldéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir”. Transformaos, ¡no os amoldéis al mundo! ¡no seáis tan acomodaticios! ¡no surfeéis tan bien las olas de las modas! Sed capaces de tener criterio propio y no aceptar determinadas cosas que no vayan con vosotros o con la fe cristiana que tenéis. Dice él, “no os amoldéis…para que sepáis discernir la voluntad de Dios”. Porque si amoldáis mucho, dejáis de discernir, perdéis el criterio, el olfato, el norte… y dejáis de saber adónde vais. ¿Buscamos realmente la voluntad de Dios en nuestra vida? ¿Estamos convencidos de que lo que Dios quiere para nosotros es lo mejor que podría pasarnos? ¿o es que no creemos en un Dios Bueno? ¿o no nos fiamos de Él del todo y preferimos buscar “nuestros apaños” y atajos para ser felices?

Por eso tiene pleno sentido lo que Jesús señala a los discípulos a propósito de la negación del sufrimiento que Pedro hace en su camino… «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará”. Seguir a Jesús implica sacrificio, negación, disposición a sufrir, a perder algo… y en esta cultura del “tenerlo todo ya”, eso es muy complicado. Pero esta es la lógica del amor, el amor está dispuesto al sacrificio, a perderlo todo, a darse por la persona amada… o no es amor. Un amor egoísta, interesado, que siempre busca su comodidad, que no está dispuesto a ceder ni a perder nada es un amor interesado, enmascarado y falso. Sin sacrificio no hay amor. Sin discernimiento no hay amor, sin búsqueda de lo que Dios quiere de nosotros… ¡nos perdemos! Al igual que Pedro cuando rechaza la cruz de Jesús y cree que está haciéndole un bien. Pidamos a Dios capacidad de discernimiento, de no amoldarnos a este mundo y sus cosas… y un amor capaz de sacrificio!!! Un amor auténtico.

Víctor Chacón, CSsR